domingo, 21 de julio de 2013

Vicente Leñero en sus ochenta años, JOSÉ MARÍA ESPINASA

Vicente  Leñero
en sus ochenta años
José María Espinasa
2013 es un año de celebraciones para Vicente Leñero,
uno de los más importantes narradores mexicanos de la
segunda mitad del siglo XX. Leñero nace en Guadalajara
en 1933 –cumple, pues ochenta años– y en 1961,
después de terminar sus estudios de ingeniería, se
da a conocer como escritor con el libro La voz
adolorida
. Rápidamente se vuelve protagonista de
las letras mexicanas, y suma a su incansable
trabajo como editor y periodista una constante
actividad literaria que no se limitará a la
narrativa, sino que se extenderá con el tiempo
a otros géneros, como el teatro y el guión de cine.
La aparición en 1963 de Los albañiles, que cumple cincuenta años, distinguida con el Premio Biblioteca Breve, pareció proyectarlo, junto a Carlos Fuentes, como el otro protagonista mexicano del boom. La novela es hoy por hoy un libro de referencia y ha aguantado mucho mejor que otras novelas de sus contemporáneos el paso del tiempo. Pero Leñero no fue el protagonista que se esperaba del boom, simplemente siguió siendo un gran escritor. El libro Más gente así, de reciente publicación, se abre precisamente con un retrato de su relación –sus desencuentros– con Carmen Balcells, pieza fundamental del tinglado económico-publicitario que llamamos elboom.
Siempre me ha llamado la atención el alto nivel cualitativo de la literatura de Leñero, y la presencia tan evidente de eso que llamamos oficio. Es, entre los novelistas de su generación, la que va digamos de Carlos Fuentes (1927) a Fernando del Paso (1935), el más profesional de los escritores. Utilizo, al menos en esta ocasión, el calificativo como un elogio. Cada vez que leo un libro suyo, su capacidad me sorprende, ya sea en sus novelas más directamente literarias o en esas non fiction novel, como Los periodistas o Asesinato. Cuando leí esta última me dejó atónito que el mamotreto de quinientas páginas me lo hubiera leído de corrido y, como dice la cursilería popular, en un suspiro. Su condición estrictamente documental no evitaba leerla como un thriller político-psicológico.
Ese profesionalismo, ese oficio, está puesto al servicio de la obra con gran inteligencia. Todos los textos de Leñero son obra personal, incluso los que se pueden considerar estrictamente pedidos laborales –como un guión de cine, por ejemplo–, y eso los vuelve notable literatura. Más allá del experimentalismo de algunas de sus novelas, es un autor ligado al realismo, a un realismo deudor de las prácticas del reportero. Hace unos años, cuando apareció Gente así, a la que podemos considerar primera parte del libro que la publicación de Más gente así completa, mi entusiasmo fue absoluto y lo leí dos veces una detrás de otra, y después vuelvo a sus relatos-reportajes con frecuencia. Su homenaje a Rulfo me hace reír con ganas y me permite ver su capacidad para homenajear al amigo y al escritor incluso en la parodia.
Hacer del chisme una obra maestra requiere sin duda un gran talento. Leñero consigue, además, que al ser extraordinarios retratos de época, dejen de ser chismes. Juegos anecdóticos y verbales, entramados referenciales y auto referenciales (en muchos de los textos el protagonista es el propio Leñero, como figura pública pero también como figura familiar o personal, los puentes entre los diferentes niveles están trazados por el trato, la amistad y la admiración) le permiten distanciar los textos, emotivos y emocionantes, pero sin chantaje dramático.
Leñero es a veces un novelista realista con tintes políticos, y rinde por ello homenaje a modelos como Martín Luis Guzmán, Rulfo o Revueltas, o incluso a compañeros de generación como Ibargüengoitia. A la vez es un gran lector de Arreola, de la literatura fantástica, de la policíaca y de la experimental (en “Las uvas estaban verdes” cuenta las desgracias de Estudio Q, cuando el mercado reclama realismo mágico). Eso le permite ser muy versátil. A eso agrega su capacidad de escuchar el habla, su oído para los giros idiomáticos (sólo comparable al de Ricardo Garibay). Por eso prolonga las búsquedas de la narrativa de la Revolución Mexicana en un contexto urbano y con introspecciones psicológicas e intimistas.
Por eso puede afrontar la vida de Morelos como materia narrativa desde una historia de amor y no desde el carácter épico de la lucha independentista en Más gente así. Leñero admira el sesgo negro con que Ibargüengoitia retrató a Hidalgo en Los pasos de López, pero no es ese su tono. El guanajuatense humaniza al subrayar en los héroes la condición de claroscuro; Leñero en cambio los humaniza al volverlos sujetos de pasiones menores en las que se conserva el sino trágico.
En este díptico –Gente así y Más gente así– Leñero muestra su extraordinario nivel como cuentista. A la vez que propone una condición contextual o circunstancial del relato, pues disfraza el cuento de crónica, de reportaje, de confesión, de confidencia e infidencia, o hasta de ensayo, es decir de cuento en un sentido muy intenso. La palabra “gente” en ambos títulos encierra una de las claves. Antes, no sé si se sigue haciendo ahora, los profesores de redacción señalaban el peligro del término, su condición de plural singular, y el retintín un tanto despectivo del término: la gente es distinto de las personas, parece darles (a ellas, a quienes designa) un sentido ordinario, gregario, común, las despersonaliza precisamente.
Leñero hace exactamente lo contrario: las individualiza y las vuelve relevantes en su condición común, él incluido. Por eso su Gente así resulta profundamente iconoclasta, divertida, con humor y con profundidad al mismo tiempo. La gente se vuelve(n) gentes sin desdoro gramatical. La verdad, con minúscula o con mayúscula, es un personaje más de la ficción. El maestro del periodismo y del teatro, del guion cinematográfico y de la novela, es también, en una tradición que los tiene extraordinarios, uno de nuestros mejores cuentistas. Así, agradeciéndole el placer de leerlo, me quiero sumar a la celebración de sus ochenta años.

domingo, 9 de junio de 2013

VICENTE LEÑERO, EL MISTERIO DEL PERSONAJE, Guillermo Vega Zaragoza

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¿Cuáles son los secretos de la escritura para cine? ¿Qué retos enfrenta actualmente el autor de guiones cinematográficos? Uno de nuestros más reconocidos novelistas y periodistas, Vicente Leñero, ha desarrollado también una extensa y aplaudida trayectoria como adaptador de historias para el séptimo arte. Con motivo de sus ochenta años de vida, el escritor mexicano conversa sobre esa faceta de su vida creativa con Guillermo Vega Zaragoza. También incluimos el comentario de la narradora Rosa Beltrán sobre el más reciente libro de Leñero, Más gente así.
Incansable polígrafo, Vicente Leñero (Guadalajara, Jalisco, 9 de junio de 1933) ha cultivado casi todos los géneros literarios —sólo se le ha resistido la poesía— y todos los ha enfrentado con un obsesivo impulso de experimentación. En la novela aplicó los estamentos del nouveau roman y del “nuevo periodismo”, por ejemplo, enLos albañilesLa gota de aguaAsesinato y Los periodistas. También es uno de los más laureados y cotizados guionistas de cine de nuestro país; ha escrito y adaptado a la pantalla grande infinidad de historias tomadas de novelas, como El callejón de los milagros del Premio Nobel Naguib Mahfuz y El crimen del padre Amaro de José Maria Eça de Queiroz, una de las películas más taquilleras de la cinematografía nacional.
imagen
Vicente Leñero
©Javier Narváez
Maestro de varias generaciones de dramaturgos, periodistas y guionistas que acuden a sus talleres y cursos para aprender los secretos del oficio, Leñero responde en esta entrevista —realizada en la intimidad de su estudio, rodeado de sus libros, su máquina de escribir, varias tazas de café y sus infaltables cigarrillos— a preguntas relacionadas en un principio con el tema del guion de cine, aunque en pocos minutos su pasión por la escritura lo lleva a recorrer los vericuetos de la novela, el teatro y la televisión.
¿El guion cinematográfico es un género literario por sí mismo o es sólo una herramienta para hacer una película?
Es un género literario por sí mismo. Es contar una historia cuyo último fin es llegar al cine, pero tiene todos los elementos necesarios para sostenerse literariamente por sí mismo, aunque no se publican guiones, o muy pocos, como no se publican tantas obras de teatro, a pesar de que el teatro está más valorado como una obra literaria.
¿El guion podría ser como una partitura de la cual el director hace su propia interpretación?
Hipotéticamente así debería de ser considerado. Guillermo Arriaga considera que llamarlo guion es peyorativo, pues no es una simple guía, sino una obra acabada, que cuenta una historia, por lo que debería llamársele libro cinematográfico. Está bien esa defensa.
Arriaga también ha luchado porque las películas sean consideradas una obra conjunta, tanto del autor del libro cinematográfico como del director.
A veces se puede dar y a veces no se da. A veces la idea viene del director, por lo que es el autor de la película, pero al guionista se le suele relegar a un segundo término. Por lo menos en los créditos de las películas se ha modificado eso, luego de la lucha de los escritores en Estados Unidos, para que el último crédito en pantalla antes del director sea el del guionista. El director participa en la elaboración del guion, aunque hay distintos niveles de participación, y a veces es muy activa. El director trabaja, sugiere y corrige como parte de su trabajo. Eso no necesariamente lo hace el guionista, a menos que participe en la filmación. Muchos directores son los autores de sus propias historias y sus propios guiones, como lo hace ahora Felipe Cazals, por ejemplo. Entonces se puede hablar de una película de autor. Y a veces el director nomás cumple con su chamba y no participa en el guion. Ahora se acostumbra decir que es “una película de fulano de tal”, aunque él no haya participado muy activamente en la creación del guion. En esos casos, me parece más justo que se considere como una obra colectiva, porque es una creación conjunta donde participan los actores, los técnicos, el fotógrafo, el editor, y no decir que es película nomás del director.
No sucede así en el teatro, donde las obras destacan por el autor, no tanto por quien las dirige.
Ahí también los directores han ganado terreno. Antes era indiscutible que la obra era del autor, ahora ya no se da ese crédito como antes. El director ha peleado su crédito creativo. Los dramaturgos siempre peleamos por que se considere más nuestra intervención, porque a veces el director toma una obra de teatro y hace con ella lo que quiere, y el autor dice: “Oye, ésa no es mi obra; es la obra que hizo finalmente el director”. En el cine también pasa mucho.
¿Cuáles son los problemas de la adaptación de una obra que no fue pensada para el cine, como una novela o una obra de teatro?
El cine se ha alimentado mucho de la literatura. Yo normalmente adapto. Ésa es una conveniencia para el desarrollo de una película, cuando a un productor se le ocurre que determinada novela es buenísima para hacer una película, como en una novela en la que la narración priva sobre la forma, en que cuenta una historia. Eso ha sido una ventaja para mí, porque de entrada ya hay un punto de acuerdo cuando el productor busca a un director que le guste la historia y el guionista trabaja con mayor facilidad. El problema de adaptar una novela generalmente es la extensión. Una novela dura más que cualquier película. Lo que el tiempo se llevó duraba más de cuatro horas, lo que en su tiempo era un récord. Si se hubiera filmado tal como es, una novela de casi dos mil páginas, habría sido una película interminable. El problema siempre es cómo comprimir, cómo escoger sus elementos fundamentales. A eso me he dedicado casi toda mi vida.
He tenido dos experiencias significativas en eso de la adaptación. Una es El crimen del padre Amaro, una novela de ochocientas páginas. Descubrí que había una traducción de Ramón del Valle-Inclán a la que le había quitado casi doscientas páginas. No sé si lo hizo por apurar el tiempo o hizo una especie de adaptación y le quitó toda la paja. Ante una novela así, tuve que hacer dos cosas para que quedara una película de hora y media. Primero, era fácil cortar toda la historia de la infancia del padre que cuenta Queiroz para entrar directamente cuando ya era un joven. Y luego, adaptar las líneas de acción, que es lo que normalmente hago; si no, sería un trabajo realmente imposible de llevar a cabo. Para eso leí la novela completa de un jalón, un par de veces. Otro problema fue que se trataba de una novela decimonónica ambientada en Portugal y había que adaptarla a las circunstancias del México actual, había que poner muchas cosas nuevas.

viernes, 31 de mayo de 2013

ANÁLISIS DE "DEMASIADO CARO" DE LEÓN TOLSTOI, Héctor Zabala

ANÁLISIS DE “DEMASIADO CARO”
Héctor Zabala ©

Según señala el propio Tolstoi, sería un relato verídico inspirado en el escritor francés Guy de Maupassant, quizá sobre un esbozo de cuento, pero tengo dudas de que tal afirmación (que aparece como subtítulo de la obra) no sea una dosis más de la gran ironía que se trasluce en toda su narración.
El cuento no pudo publicarse apenas escrito (1890) por la censura que por entonces existía bajo el régimen zarista. Apareció por primera vez en Inglaterra, en la edición de Vladimir Grigoryevich Chertkov de 1899. En Rusia no sería publicado hasta 1901, cuando ya era imposible evitar que se leyera. Probablemente esa década de censura a Demasiado caro tuviera su razón de ser en el espíritu de cuerpo que mantenían los monarcas europeos entre sí (en el caso, el zar y el príncipe monegasco) ante el avance secular del republicanismo, más que en el tema de fondo, la pena de muerte. En efecto, la obra ridiculiza al príncipe y al principado en cuestión.
Para algunos críticos la fuerza narrativa de Tolstoi no estaba justamente en el cuento corto de ficción. Destacaba más en novela y en el pintoresquismo de personajes sacados de la vida real; de hecho sus principales obras (Guerra y paz, Anna Karénina) son incluidas generalmente en el realismo.
Sin embargo esta pequeña obra parece ser una excepción. Sus principales méritos consisten en mostrarnos un manejo magistral de la ironía, de la paradoja, cosa no muy habitual en Tolstoi, y en intentar que el lector recapacite sobre la dureza de los castigos que por entonces se aplicaban a los delincuentes en todo el mundo. No olvidemos que este autor, además de sustentar un humanismo socializante (hay quienes ven sus ideas como una vuelta al primitivo cristianismo), fue un decidido abolicionista que fustigaba con acritud la pena de muerte y las torturas, moneda corriente en todo el siglo XIX. En Mi confesión, una suerte de balance de su anterior vida disipada, nos dice: “Durante mi residencia en París, la vista de una ejecución de la pena capital me reveló la debilidad de mi creencia supersticiosa en el progreso. Cuando vi la cabeza de aquel hombre desprenderse del cuerpo y oí el ruido que produjo al caer en el cesto, comprendí –no con mi razón, sino con todo mi ser– que ninguna teoría de la sabiduría de las cosas establecidas ni del progreso podía justificar semejante acto, y que aunque todos los hombres que hayan existido en el mundo desde la creación, basándose en la teoría que fuese, hubiesen encontrado que aquello era necesario, yo sabía que no lo era, que estaba mal hecho, y que, por consiguiente, yo debía juzgar en adelante lo que es justo y necesario, no por lo que dicen y hacen los hombres ni por lo que significa el progreso, sino por lo que me dicte el corazón”.

UNA CRÍTICA DE CARÁCTER MORAL
La obra comienza con una crítica velada a la doble moral del reyezuelo. Impone penas duras para los delitos, pero todo el andamiaje económico de su principado es la inmoralidad: el juego y otros vicios. En efecto, si los vicios desaparecieran, no habría sobre qué aplicar impuestos. Es decir, se cuestiona con dureza el acto inmoral de un delincuente aislado, que en el peor de los casos afectó cuanto mucho a unas pocas personas, y no se cuestiona un sistema estructuralmente inmoral que afecta a miles, quizá a millones de personas dado que Mónaco gozó siempre de turismo extranjero.
En este sentido es muy sagaz el detalle vertido sobre la prohibición de casinos en toda Europa como consecuencia de que provocaba suicidios frecuentes de jugadores compulsivos. Se está diciendo, indirectamente, que el reyezuelo y sus funcionarios castigan al asesino de un hombre y no se castigan a sí mismos cuando son culpables de la muerte de muchos otros y también de innumerables casos futuros.

UNA ESTRUCTURA DE ZUGWANG
En ajedrez, una posición de zugzwang es la que lleva necesariamente a perder la partida, sin importar lo que se intente para evitarlo. Se traduce del alemán como “obligación de mover” o “forzado a jugar”. Y así como en ajedrez el jugador está obligado a accionar por reglamento, aunque ello implique su fracaso, en el cuento el príncipe lo está por la ley. Debe hacer algo, no puede “pasar”, como ocurre con otros juegos de mesa, verbigracia el póker. Pero Tolstoi desarrolla su cuento de tal forma que las diversas alternativas encontradas acaban siempre en callejones sin salida. Así, si se trata de ejecutar al reo, se desbarranca la economía palaciega; si se le conmuta la ejecución por cadena perpetua, también; si se le sugiere fugarse, el preso se niega, pues ¿dónde estará mejor que en la cárcel, mantenido por el gobierno? Terminan dejándolo libre y asignándole un sueldo. En síntesis: se lo premia por haber cometido un crimen. Como diría un ajedrecista “son todas malas”. Eso sí, digamos que virtualmente se lo deporta a Francia, aunque apenas a unos pocos kilómetros de la frontera.

CONCLUSIÓN
En el desarrollo del cuento, reyezuelo y ministros no tienen prurito en contradecirse casi de continuo, aplicando penas cada vez más débiles. En ellos prima la economía sobre la justicia.
Considerando que Tolstoi era profundamente religioso, es muy probable que haya querido dejarnos como moraleja que sólo Dios puede ser realmente justo en sus juicios. Una manera de decirnos que ningún ser humano tiene derecho de quitarle la vida a otro, sin importar el motivo.

León Tolstoi
(según Iliá Yefimovich Repin)
Lev Nikoláievich Tolstoi, tal su nombre vertido del ruso, nació en Yasnaia Poliana, provincia de Tula, el 28 de agosto de 1828. Perteneciente a una familia de la antigua nobleza rusa, perdió a sus padres en plena infancia.
La familia, encabezada por su hermano mayor, Nikolai, se trasladó a la mansión de un tío en Kazán, en cuya universidad ingresó el futuro escritor, aunque luego no concluiría sus estudios de lenguas orientales. Más tarde, en San Petersburgo lograría un título universitario en Derecho.
Tolstoi fue un contradictorio típico, como ocurre a menudo entre la gente de genio. Era tan encantador como de mal carácter, de buenos sentimientos y comprometido con la caridad cristiana como empedernido jugador por dinero, defensor de la vida y adversario de la pena de muerte como amante de la caza o digno acompañante de su hermano mayor a los frentes de batalla, de contextura robusta como sufrido reumático con decenas de otras dolencias, amigo de los campesinos como mundano que se codeaba con la alta sociedad, de carácter fuerte como dominable por su mujer a quien superaba en edad, tan feo y tosco como inteligente, tan amado por sus colegas como odiado por otros. Su vida es muy conocida gracias a la profusa correspondencia que mantuvo con parientes y amigos, así como por el diario íntimo de su esposa Sofía y el suyo personal.
Fue un gran lector ya desde muy joven y llegó a dominar varios idiomas. Durante su estancia en el Cáucaso fue registrando en su mente los distintos tipos humanos, tanto campesinos como militares, que luego volcaría en sus obras.
Prolífero narrador, colaboró mucho con la revista literaria Sovremennik (El Contemporáneo) al igual que su amigo Iván Turgueniev. Esta revista había sido fundada en 1836 por los poetas Puschkin y Pletniev.
Algunos viajes por Europa dieron a Tolstoi una visión más amplia del mundo. También fundó una escuela en Yasnaia Poliana y se dedicó a la enseñanza, aplicando ideas propias. Su Silabario, dedicado al programa de enseñanza elemental, demostró su gran anhelo por el desarrollo educativo de los niños.
Murió de un infarto en la estación ferroviaria de Astápovo (unos 170 km al sur de Moscú) el 20 de noviembre de 1910 cuando intentaba escapar de su casa. Trató de desprenderse de todos los bienes en beneficio de los pobres, pero su esposa lo impidió.

Sus obras:
Novelas: Infancia, adolescencia y juventud (1851-1856), Felicidad conyugal(1858-1859), Guerra y Paz (1864-1869), Anna Karénina (1873-1876), Los decembristas (1859-1884), La Sonata a Kreutzer (1889), Resurrección (1890-1899), Hadji Murat (1896-1904, edición póstuma).
Teatro: El poder de las tinieblas (drama, 1886-1887), Los frutos de la civilización(comedia, 1886-1889), El vagabundo (comedia, 1910), El mujik y el obrero(comedia), El cadáver viviente (drama, 1911).
Cuentos: La incursión (1851-1854, publicado en 1856), La tala del bosque(1851-1854, publicado en 1855), El degradado (1856), Diario de un marcador(1853), Sebastopol en diciembre de 1854 (1855), Sebastopol en mayo de 1855 (1855), Sebastopol en agosto de 1855 (1856), La borrasca (1856), Los dos húsares (1856), La mañana de un señor (1852-1856, publicado en 1856),Lucerna (1855), Alberto (1857, editado en 1858 con errores, subsanados en 1886), Tres muertes (1859), Los cosacos  (1852-1862, publicado en 1863),Polikushka (1861-1862, publicado en 1863), Jolstomer (1856-1863, publicado en 1886), La muerte de Iván Illich  (1884-1886, publicado en 1886), Francisca (1890, publicado en 1891), Demasiado caro (1890, publicado en 1899), Amo y criado(1894-1895, publicado en 1895), Después del baile (1903, edición póstuma de 1911), El billete falsificado (1898-1904, edición póstuma de 1911), Alioscha "El puchero" (1905, edición póstuma de 1911), Korney Vasiliev (1879, publicado en 1906), Las fresas (1905, publicado en 1906), Diario póstumo de Fiodor Kuzmich(1905-1906, edición póstuma de 1911), ¿Por qué? (1906), El sueño (1906, edición póstuma de 1911), Pobres gentes (1906), El poder de la Infancia (1908, edición póstuma de 1912), Jodynka (1910), Sin querer (1910, publicado en 1911), No hay culpables en el mundo (1908-1909, edición póstuma de 1911), El padre Serguei (1890-1898, edición póstuma de 1911).
Cuentos para niños (1871-1872, publicados en 1872): El niño abandonado, El mujik y los pepinos, El incendio, El viejo caballo, La rama, Cómo aprendía a montar a caballo, Bolita, Bolita y el jabalí, Los faisanes, Milton y Bolita, La tortuga, Bolita y el lobo, Lo que ocurrió a Bolita en Piatigorsk, El fin de Bolita y de Milton, La liebre, Dios ve la verdad pero no la dice sino cuando quiere, Cómo cazamos un oso, El prisionero del Cáucaso.
Cuentos populares (1880): Historia de Iván “el imbécil”; Mijail, el aprendiz de zapatero; Donde está el amor, allí está Dios; Ilias; Los dos hermanos y el oro; Melania y Akulina; Dios y el diablo; El pecador arrepentido; Los tres “Starsky”; El primer destilador; El cirio; El origen del mal; Los dos viejos; El ahijado; La semilla milagrosa; Emelián el obrero; ¿Cuánta tierra necesita el hombre?
Relatos autobiográficosPrimeros recuerdos (1878-1892), Recuerdos (1903-1905).

lunes, 27 de mayo de 2013

CHEMA PÉREZ GAY, Octavio Rodríguez Araujo

Chema Pérez Gay
Octavio Rodríguez Araujo
C
uando lo conocí él y Lilia eran novios. Lilia era mi amiga entrañable de varios años antes, pero pronto me conecté con Chema también. ¡Qué pareja! Ambos vitales como pocos, a veces salían de mi casa a las 6 o 7 de la mañana después de conversar, discutir, oír música y en ocasiones hasta llorar. No puedo olvidar aquellos años, y menos ahora que Lilia carga la piedra del sufrimiento por la ausencia de su pareja de tanto tiempo, insuficiente como quiera que sea. El tiempo con el ser amado siempre es corto.
Los dos colaboraron conmigo en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, ella con su energía inagotable y su amplio conocimiento de idiomas (yo soy monolingüe) necesarios para el desarrollo de nuestro trabajo en el ámbito internacional, él con su famoso seminario Literatura y Sociedad en Austria, que impartió de 1982 a 1983, y del que salió años después su erudito libro El imperio perdido. Verlos a los dos era un regalo de viento fresco y a la vez de densidad intelectual. La memoria de Chema me apantallaba siempre y lograba ponerme verde de envidia, envidia de la buena, pues además hacía de nuestras conversaciones una delicia que yo pensaba que se había acabado con los tiempos de la vieja bohemia parisina o vienesa de principios de ese siglo que, como todo, acabó con el nacimiento de éste.
Íbamos a muchos lados juntos, a casa de sus amigos y de los míos, y los Pérez, como les decía de cariño, caían en blandito en las casas de mis amigos más izquierdosos y de otros más moderados. Tenían, como pareja e individualmente, la cualidad de generar empatía con todos, hasta con los sectarios y los necios (perdón por la redundancia) que nunca faltan en una reunión. En su casa, que no siempre fue en el mismo domicilio, pasábamos veladas muy plenas con amigos comunes o con amigos de ellos que ahí conocí. Chema tenía una cualidad (o defecto, según como se vea): no beber una gota de alcohol y era asombrosa su capacidad para aguantar a quienes se les pasaban las copas: los trataba con el mismo respeto que si estuvieran sobrios y lúcidos. Yo, que bebo ocasionalmente, no tengo la misma paciencia. Pero él era más sabio que yo, sin duda.
El tiempo y nuestras diferentes ocupaciones nos distanciaron un poco; sin embargo, no hubo escrito de él que yo no leyera, frecuentemente con admiración. Curiosamente López Obrador nos volvió a reunir en diversos sitios, incluyendo su casa con Lilia y sus hijos en Coyoacán. Nunca supe cómo es que nació su gran amistad con Andrés Manuel, y nunca les pregunté, ni a él, ni a Lilia ni al mismo López Obrador. Pero era obvio que esa amistad era de lazos fuertes, Andrés lo dijo muchas veces y hasta votó por él en las elecciones pasadas. Así lo dijo.
Su trayecto del mundito de la revistaNexos (que nunca dejó, aunque ésta cambió por comparación con sus orígenes) a la izquierda lopezobradorista escapa a mi conocimiento, aunque sé que los caminos se entreveran a veces de maneras muy curiosas. Dicho acercamiento se dio cuando yo ya no vivía en la ciudad de México y cuando nuestros encuentros del pasado eran más espaciados después. Tal vez la ubicuidad de Chema se haya debido a su portentosa facilidad para hacer amigos (nunca le conocí un enemigo o alguien que hablara mal de él), cualidad derivada, pienso, de su enorme cultura que lo hacía no sólo un gran conversador, sino un hombre del que algo aprendíamos siempre. Pero, además, porque era un culto simpático, galardón del que no pueden presumir todos los cultos que conozco. Y, además, porque con Lilia, desbordante de simpatía y cariño, su transcurso por la vida era más fácil. Me quito el sombrero ante ella, que ahora tendrá que ser más fuerte de lo que ha sido.
No quiero imaginarme lo que sufrieron Chema y su familia al ver que sus cualidades más apreciadas iban deteriorándose por ataques de su naturaleza intrínseca. Sé que todos con la edad perdemos salud y fortaleza (y a menudo inteligencia), pero nadie quiere sufrir el término de la vida, y menos si éste se da poco a poco y no de un saludable infarto mientras dormimos plácidamente. Chema luchó por vivir, me consta porque lo vi intentándolo rodeado de amor y amistad, pero lo que llevamos dentro de nuestro maravilloso mecanismo corporal no siempre funciona como quisiéramos. Somos frágiles, por lo que concluyo pensando que vivir es una proeza. Y vivir excepcionalmente, como lo hizo Chema prodigando su amistad y su inteligencia, debe ser más difícil. Por lo que era y lo que nos dio, mi agradecimiento y mi recuerdo más sentido. A Lilia le deseo fortaleza por su gran pérdida.
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viernes, 24 de mayo de 2013

¡QUÉ BIEN ESTÁN LOS MUERTOS!, Amado Nervo


Les compartimos ¡Qué bien están los muertos!, de Amado Nervo:
¡Qué bien están los muertos,
ya sin calor ni frío,
ya sin tedio ni hastío!
Por la tierra cubiertos,
en su caja extendidos,
blandamente dormidos...

¡Qué bien están los muertos
con las manos cruzadas,
con las bocas cerradas!

¡Con los ojos abiertos,
para ver el arcano
que yo persigo en vano!

¡Qué bien estás, mi amor,
ya por siempre exceptuada
de la vejez odiada,

del verdugo dolor...;
inmortalmente joven,
dejando que te troven

su trova cotidiana
los pájaros poetas
que moran en las quietas

tumbas, y en la mañana,
donde la Muerte anida,
saludan a la vida!

Viernes de autor / Amado Nervo
Les compartimos  ¡Qué bien están los muertos!, de Amado Nervo:
¡Qué bien están los muertos,
ya sin calor ni frío, 
ya sin tedio ni hastío!

Por la tierra cubiertos,
en su caja extendidos,
blandamente dormidos...

¡Qué bien están los muertos
con las manos cruzadas,
con las bocas cerradas!

¡Con los ojos abiertos, 
para ver el arcano
que yo persigo en vano!

¡Qué bien estás, mi amor,
ya por siempre exceptuada
de la vejez odiada,

del verdugo dolor...;
inmortalmente joven, 
dejando que te troven

su trova cotidiana
los pájaros poetas
que moran en las quietas

tumbas, y en la mañana, 
donde la Muerte anida, 
saludan a la vida!

Viernes de autor / Amado Nervo

sábado, 16 de febrero de 2013

CURA DE CUBA CONTRA EL CÁNCER

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