lunes, 27 de enero de 2014

LA TRAVESÍA DE JUAN GELMAN, José Emilio Pacheco

La travesía de Juan Gelman

Septiembre de 2006. Pacheco inaugura la Casa de la palabra. Foto: Marco A. Cruz
Septiembre de 2006. Pacheco inaugura la Casa de la palabra.
Foto: Marco A. Cruz
El viernes 24 por la noche, José Emilio Pacheco terminó de escribir su Inventario y lo envió a la redacción de Proceso. Más tarde tendría un accidente casero que al día siguiente obligó a su hospitalización. A continuación, íntegro, su último texto.
A Gabriel Zaid en sus 80, con 50 años de afecto…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- ¿Existirá una palabra para la nostalgia de lo que no fue y estuvo a punto de ser? Por ejemplo, que el Colegio de Tlatelolco hubiera durado lo suficiente para consumar una verdadera literatura mestiza, una fusión de lo indígena y lo español prefigurada por las Liras de Netzahualcoyotl en la versión de su sobrino-nieto Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. O que Cervantes hubiese venido a la Nueva España para escribir aquí un Quijote con texturas mexicanas. O que Francisco Javier Clavijero hubiera concluido su Enciclopedia novohispana de la que sólo quedó gloriosamente su Historia antigua de México…
Extremos de América
Otra posibilidad perdida es el encuentro literario de México y Argentina. Ignacio Rodríguez Galván, nuestro mejor poeta del primer romanticismo murió, como Juventino Rosas, en Cuba, cuando se dirigía a Buenos Aires para ocupar un puesto diplomático. Nunca sabremos qué hubiera resultado del encuentro entre la Asociación de Mayo y la Academia de Letrán. Manuel Payno iba a representar a México en las repúblicas del Plata pero la misión se canceló.
Federico Gamboa fue el primero en establecer relaciones con los escritores argentinos. En las páginas de su Diario Rubén Darío dejó su poema “A México”. Por razones políticas Darío no pudo llegar a la capital. El mayor vínculo entre los que Daniel Cosío Villegas llamó los Extremos de América fue Alfonso Reyes en un momento en que otros dos miembros del Ateneo de la Juventud, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, vivían también en ese país.
A la presencia de Reyes en Buenos Aires se debe el que Arnaldo Orfila Reynal haya venido para dirigir el Fondo de Cultura Económica primero y después Siglo XXI y el mundo académico se haya beneficiado con maestros como Raymundo Lida. También gracias a Reyes y su amistad con Victoria Ocampo y José Bianco, Xavier Villaurrutia publicó en las ediciones de Sur Nostalgia de la muerte y que el muy joven Octavio Paz lo reseñara en las páginas de esta revista y escribiera también un comentario sobre José Revueltas.
Los años mexicanos
Un acontecimiento trágico para Argentina y muy benéfico para nuestro país fue el exilio argentino de los setentas. Pero la consumación, hasta el momento, de estas relaciones fue la presencia durante veinte años de Juan Gelman. Sobre todo aquí concluyó su admirable Obra poética con libros de primera línea que no ceden, ni por un instante, a la decadencia ni al agotamiento: Incompletamente, Valer la pena, País que fue será, Mundar, Deatrásalante en su porfía, El emperrado corazón amora.
Estos libros, unidos a Violín y otras cuestiones, El juego en que andamos, Velorio del solo, Gotán, Los poemas de Sidney West, Cólera buey, Fábulas, Relaciones, Hechos, Notas, Carta Abierta, Comentarios, Citas, Hacia el sur y Bajo la lluvia ajena forman los dos tomos de su Poesía reunida, publicada por el Fondo de Cultura Económica en 2011. Las mil 372 páginas constituyen por su extensión y calidad una auténtica hazaña de la poesía en lengua española. Gelman escribió hasta el último día. Hay dos libros a punto de aparecer. Uno de ellos, Amaramara, es un gran homenaje a su esposa.
Su apartamento en la colonia Condesa fue quizás el último refugio en que escritores de todas partes pudieron reunirse para hablar de letras y política, en un ambiente tan propicio como el que hallaron los republicanos en los viejos cafés de la Ciudad de México.
El exilio y el reino
Si uno hace un leve repaso de lo que se ha escrito en este continente verá que gran parte de nuestras literaturas se ha hecho fuera del suelo natal. Desterrar significa quitar la tierra bajo los pies, dejar a la intemperie, derruir la casa, demoler la ciudad de cada uno con todas sus memorias y sus costumbres. “El que se va no vuelve aunque regrese.” Contra la separación del país y de su lengua sólo quedan la defensa y la venganza de escribir. Gelman es el gran poeta del exilio. Su dimensión continental y panhispánica no niega sino acendra su argentinidad esencial, su pertenencia imbatible a Buenos Aires.
Civilización y barbarie
Lo sorprendente es la alegría y el humor que hay en tantos poemas de Gelman, una manera de enfrentarse a los desastres históricos de nuestros países y del mundo entero. Cómo duele pensar en los que escaparon de los pogroms, el genocidio nazi y el gulag y se establecieron en Argentina pensando que hallarían para sus hijos una tierra de paz y prosperidad y al final del camino encontraron los golpes de madrugada a la puerta en el estilo de la Gestapo, los campos de tortura con el añadido local de la picana (contribución monstruosa que debemos al hijo de Leopoldo Lugones) y el exterminio genocida.
El gran Domingo Faustino Sarmiento creyó que el progreso de la Argentina significaba el triunfo de la civilización sobre la barbarie. La llamada “Campaña del Desierto” que representó la eliminación masiva de los pueblos indígenas hizo suponer a la oligarquía que la Argentina quedaba blindada para siempre contra la barbarie. No obstante, los bárbaros reaparecieron bajo el manto de la civilización y como sus defensores. Estaban armados con todas las aportaciones del progreso, por ejemplo los helicópteros desde los cuales arrojaban al Río de la Plata los cadáveres producto de la tortura y a los agonizantes que se hundieron para siempre en el barro acumulado durante siglos en el río que es mar y el mar que es río.
Gelman nunca creyó que la poesía fuera capaz de frenar los tanques, silenciar las ametralladoras o de romper la picana. No le bastó con exponer en verso la materia sangrienta y trágica de sus textos. Si son tan eficaces se debe a la maestría absoluta sobre todas las formas: del epigrama clásico al versículo, del poema en prosa a la experimentación léxica y rítmica. Fue el adelantado de su generación en hacer obras intertextuales en que ya no se sabe quién es el autor: el que escribió el original o quien lo deja intacto y abierto a otras interpretaciones para hacer su lectura irremplazable y apropiarse de él a fin de convertir un texto árabe o judío en un poema de Gelman y anexarlo a la poesía argentina en particular y española en general.
Fue más aventurado que todos los que lo han seguido por este camino. Sin ponerse de acuerdo, prolongó las reivindicaciones del ladino o castellano sefardí que han hecho entre nosotros Myriam Moscona y Angelina Muñiz-Huberman. En Divaxu escribe:
Amarti es istu:
Un havla qui va a dizer/
Un arvulitu sin folyas
Que da solombra
Y él mismo lo traduce al español actual:
Amarte es esto:
Una palabra que está por decir/
Un arbolito sin hojas
Que da sombra/.
“Argentino hasta la muerte”, Juan Gelman por sus veinte años de vida y de trabajo aquí, deja también en la poesía mexicana una huella radiante que no se borrará.
(JEP)

domingo, 26 de enero de 2014

MUERTE DEL PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN EN TV, Naief Yehya

La muerte del periodismo de investigación
en la televisión 


De periodismo de fondo a propaganda
El programa 60 Minutes de la cadena televisiva estadunidense CBS, lanzado en 1968, fue considerado por muchos años como el símbolo mismo del periodismo de investigación y confrontación. El programa tuvo episodios vibrantes y cargados de valentía, desde el tiempo de la guerra de Vietnam, hasta las escandalosas revelaciones de abuso en Abu Ghraib, pasando por denuncias fulminantes contra la industria del tabaco, de la salud y de incontables políticos corruptos. Sin embargo,CBS es uno de los seis gigantes mediáticos (junto con General Electric, News Corp, Disney, Viacom y Time Warner) y por tanto es una megacorporación con demasiados intereses y compromisos. Basta considerar cómo los reportajes de este programa pasaron de cuestionar la guerra de Irak a justificarla. Durante décadas 60 Minutestrató, en la mayoría de sus reportajes, de presentar visiones equilibradas. Este compromiso parece olvidado. Dos ejemplos recientes ponen esto en evidencia (y ni hablar del segmento del 1 de diciembre pasado dedicado a promocionar la descabellada idea de Amazon.com de entregar sus productos a domicilio con drones):
1. El ataque a la embajada estadunidense en Bengasi
El 27 de octubre pasado, la corresponsal sudafricana Lara Logan y su productor Max McClellan, presentaron una entrevista con el mercenario británico (contratista de Blue Mountain Group) convertido en agente de seguridad, Dylan Davies, sobre el ataque del 11 de septiembre de 2012 al consulado estadunidense en la ciudad libia de Bengasi, donde murieron cuatro estadunidenses, incluyendo el embajador Christopher Stevens. Davies contó que la noche del ataque saltó el muro de las instalaciones diplomáticas estadunidenses, dio un culatazo en el rostro a un atacante y vio muerto al embajador en el hospital. Davies acusaba a EU de no haber protegido al embajador. El problema fue que Davies reportó al FBI y a su propia empresa que esa noche no estuvo cerca del sitio del ataque (según el diario Telegraph, Davies abandonó la ciudad horas antes del ataque). Logan y McClelland sabían de esta inconsistencia; sin embargo, siguieron adelante con el segmento, quizás por presiones internas (promocionar el libro The Embassy House, que la editorial Simon & Schuster, parte del conglomerado de CBS, estaba a punto de publicar) o tal vez por la ambición de lanzar un estruendoso reportaje exclusivo en el que CBS corroboraría las hipótesis y las teorías conspiratorias de la derecha y en particular de la cadena Fox, la cual llevaba meses acusando a Obama de haber “sacrificado a estadunidenses” por su incapacidad de pronta respuesta. La editorial suspendió la publicación del libro de Davies, quien se ocultó de los medios argumentando que alguien amenazaba a su familia. Aunque Logan pidió una disculpa pública, ella y su productor fueron suspendidos.

Dylan Davies
2. Visitando a la nsa
La noche del 15 de diciembre se presentó Inside the nsa (Dentro de la Agencia de Seguridad Nacional), conducido por el presunto reportero, exempleado de la NSA y actual subcomisionado de inteligencia de Nueva York, John Miller, quien por varios años fue el propagandista de planta de los noticieros de CBS. Miller presentó una apabullante defensa de la organización que ha estado espiando a millones de personas en el mundo (incluyendo a Angela Merkel y Dilma Rousseff, entre otros sospechosos) bajo el pretexto de proteger a EU de futuros ataques terroristas. Miller no intentó siquiera ofrecer puntos de vista opuestos; sólo dio el micrófono al director de la agencia, el general Keith Alexander, quien declaró que la NSA se dedica a “defender nuestras libertades civiles y nuestra privacía”. El reportaje fue un ataque a Edward Snowden, a quien acusaban de haber puesto al mundo libre en inmenso peligro, tan grande que ni siquiera podían explicarlo al público. Esta defensa airada e histérica tuvo lugar un día antes de que el juez federal, Richard J. León, dictaminara que los programas de espionaje de la NSA son probablemente ilegales, una tecnología “casi orwelliana” y que habrían hecho que James Madison se horrorizara. Seguramente esta decisión será apelada por la NSA. Mientras tanto, Snowden sigue pidiendo asilo permanente en Brasil y en una reciente carta señala: “Los senadores estadunidenses nos dicen que Brasil no debe preocuparse porque no lo están vigilando, sino sólo recolectando información… Estos programas nunca tuvieron nada que ver con el terrorismo: se trata de espionaje económico, control social y manipulación diplomática. Son un asunto de poder.”

jueves, 23 de enero de 2014

ENTREVISTA CON ANA CLAVEL, Jaqueline Pérez Guevara

Presentamos una entrevista con Ana Clavel, ganadora del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, por Las ninfas a veces sonríen

Ana Clavel: los deseos que nos pueden llevar a la materialización de un paraíso propio


Por Jaqueline Pérez Guevara*
El deseo, la seducción y las ninfas son aspectos por los que Ana Clavel nos lleva de la mano en su novelaLas ninfas a veces sonríen en la que Ada, una joven diosa, nos muestra sus aventuras y despertar sexual haciéndonos partícipes de sus secretos, el juego de sensualidad, el goce y el paraíso aquí en la tierra, en la piel.
Primero te felicito por tu novela y sin duda algo que me llamó la atención dentro de la historia de Ada, fue la frase de “Somos yo y mi voluntad”
Ana clavel: Esto que aparenta ser sencillo, en realidad, tiene un trabajo detrás que es irte apropiando de las herramientas del lenguaje, de las imágenes verbales, de la imaginación; de tal modo que vas cincelando un proyecto de escritura que se vuelve cristalino y, en esa frase que tú mencionas, está cifrada en realidad la esencia de Ada, el personaje central porque en esa frase está contenida toda la actitud que ella ha mantenido a lo largo de su historia, que no es solamente el ser agraciada, con la posibilidad de soltura, esa frescura para explorar, conocer y disfrutar sino que su poder de diosa, su poder de lo que sería una metafísica personal está cifrado en ese dominio de la voluntad del ser, de erigirse ella misma como una deidad, y de transformar la realidad que la circunda en lo que a ella se le da la gana.
Creo que Nietzsche estaría fascinado con un personaje semejante, cuando por ejemplo, habla del súper hombre, porque lo que resume Ada es que el carácter terrenal que tenemos los seres humanos, hombres y mujeres, tienen mucho la posibilidad de reencontrar su lado divino, su lado sagrado.  En realidad, somos dioses solamente si nos abrimos a la posibilidad de creerlo y de asumirlo. Subirnos en el pedestal que nos corresponde como seres con la capacidad de vivir a plenitud de escoger, en buena medida, los deseos que nos pueden llevar a la materialización de un paraíso propio, esto no quiere decir que la realidad no se imponga, pero dentro de esas posibilidades, que se pueda cifrar entonces la capacidad para realizar lo posible.
El deseo, la sensualidad, los dioses de carne y hueso son temas presentes en tu obra, me percaté que también manejas el tema del primo narciso…
ACY es que eso fue gracias a ir entremezclando el asunto de la cotidianeidad, la realidad de una chava de nuestra época con la alternancia del mundo mitológico, del mundo de una cierta edad de oro, precisamente, para acercar ese plano de lo divino, de lo sagrado, que es parte también de nuestra esencia, pero la tenemos muy perdida y olvidada, con el plano de la realidad fáctica.  Esto también en buena medida porque la realidad fáctica que nos ha tocado enfrentar es agobiante, especialmente en un país como México, entonces, es también un imponer la voluntad para decir no solamente esta realidad temible es la única realidad, tenemos el arte, la poesía, la cultura, tenemos al ser humano también en esas partes ominosas, entonces ¿por qué no acercar esa otra realidad que está allí a esta realidad oscura? Para por lo menos no perdernos entre tantas tinieblas.
Y la forma en la que vas manejando el lenguaje en tu novela, va fluyendo y parece muy suave y sencillo, pero se esconde llevando más, retomando una y otra vez el tema del deseo…
AC: Yo he trabajado el tema del deseo desde mi primera novela, entonces yo he venido desarrollando sin proponérmelo de manera deliberada esta suerte de poética de los deseos y las sombras como posibilidades del ser. Lo que yo pienso en un plano muy racional es que, el deseo nos constituye más como seres humanos, que probablemente, el uso del lenguaje verbal, yo sé que Lacan, Wittgenstein, estarían en desacuerdo conmigo porque ellos le dan a la palabra justamente esta dimensión humana, pero a mí me parece que lo que nos convierte en seres perfectibles, acechantes, es nuestra capacidad de desear y de sentir, de lo que somos para buscar lo que nos hace falta; entonces, no me extraña que aunque no me lo haya propuesto de manera deliberada trabajar el asunto del deseo, que las ninfas se conviertan entonces en un muestrario de lo que a nivel de una experiencia muy peculiar e individual del personaje de Ada, se va formulando para explorar su sensualidad, acercar el paraíso general a la idea del paraíso más cercano que es el cuerpo, explorarlo y, sobretodo, disfrutarlo.
¿Cuál es tu concepto de nínfula?
ACHay que recordar que las ninfas son estas deidades mitológicas que están asociadas con los bosques, mares, manantiales, y según Calasso y el propio Sócrates, hay toda esta concepción de un saber que va mas allá  de lo conceptual y que tiene que ver con el cuerpo y con el goce erótico, de hecho, Calasso le adjudica a Aristóteles que la posesión más plena es la posesión erótica. Entonces, son deidades que de algún modo hemos hecho a un lado en su carácter simbólico, pero que representan justamente esa fuente de conocimiento que va más allá de lo intelectual y que engloban un conocimiento mucho más concreto y mucho más terrible, en todos los sentidos. Nabokov, obviamente en Lolita, retoma el concepto, no solamente de la ninfa en general, sino de la ninfa más pequeña, esa que resplandece ajena a su propia belleza y a los efectos que causa, y es uno de los misterios a los que se enfrenta el ser humano porque tiene que ver con todo aquello que te provoca mas allá de lo racional. Yo, por supuesto, tenía todas estas lecturas detrás, también al propio Carroll con Alicia, a Marosa di Giorgio con sus narraciones bizzarras y pulsionales, al propio Calasso  y, bueno, es un poco inusitado que en una obra contemporánea de pronto entre este mundo idílico, mítico, pero son las fulguraciones que se dan con la literatura, que de pronto, tú puedes hacer incidir elementos de nuestro pasado simbólico en las representaciones actuales, entonces a través de la metáfora armar una nueva realidad verbal.
Si pudieras definir tu literatura y  tus obras ¿Cómo las definirías?
ACYo pensaría que es un asunto de una poética de los deseos y las sombras, que trabaja esa dimensión de la fantasía y la seducción, pero no solamente en la temática sino en la forma verbal, en la forma deescritura, que se vuelve en si misma una poética a lo Scheherezada, a buscar, a atraer al lector y no perderlo y demostrarle cómo esa famosa frase de Roland Barthes, que después leí en el placer del texto, que uno como escritor debe probarle al lector que lo desea y sustancialmente esa sería la temática o la impronta de mis libros.
En tu papel de escritora ¿cómo te definirías?
AC: No me satisface para nada cuando la gente me clasifica en escritura de mujeres, o escritura feminista, es algo muy vago. Yo no llevo ningún tipo de bandera o consigna reivindicadora. La literatura creo que lo que busca es explorar, indagar, crear otros universos posibles y ahí de paso, revisas, de paso consignas, descubres contradicciones humanas, claros-oscuros, paradojas de las dominaciones que se dan en muchos niveles, pero aspiro a un trabajo más vasto y no sólo con la temática sino con el lenguaje mismo. Yo por ejemplo, cuando dije unas palabras en la ceremonia de entrega del premio Iberoamericano de novela Elena Poniatowska, empecé diciendo que yo no era mujer, yo era escritora y, obviamente, una cosa implica a la otra, pero yo en lo que estaba haciendo énfasis era en el compromiso con la escritura y con la visión del mundo; no desde la generalidad de una visión de un grupo, sino desde la visión particular que es siempre la literatura. La literatura de una Virginia Woolf, de un Kafka, Elena Garro, Octavio Paz, es mirada singular, es todo lo que te constituye como persona a la hora de que te sientas y trabajas una posibilidad de imaginación, de ejercer una creatividad libre, pero esta todo, lo que te constituye como persona, entonces, no puedes limitar a uno solo de los rasgos esa visión, y eso es lo que yo creo que los críticos te indilga, mucho también porque los tiempos actuales han dado voz a estas finalidades, y está muy bien, que estas cuestiones busquen un equilibrio, pero para mí es muy importante no limitar mi trabajo solamente a una forma discursiva, a una sola interpretación, sino dejarlo de un modo más abierto.
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*Jaqueline Pérez Guevara (Alumna de Literatura latinoamericana de la Universidad Iberoamericana campus Santa Fe).
Crédito de imagen: Porrúa (www.porrua.mx)

domingo, 5 de enero de 2014

ALBERT CAMUS, NO HAY SOL SIN SOMBRA, Guillermo Vega Zaragoza

Albert Camus 
No hay sol sin sombra
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A cien años del nacimiento de Albert Camus, parece ocioso seguir polemizando sobre cuál parte de su herencia tiene mayor valía: la literaria o la filosófica. Sobre el valor de la primera, no cabe ninguna duda de que libros comoEl extranjero o La peste son obras maestras que permanecerán como tales de manera imperecedera. Sin embargo, sus reflexiones filosóficas enfrentaron escollos casi desde el momento mismo de su enunciación.
Recuerdo el ensayo de un jovencísimo Mario Vargas Llosa, escrito cuando vivía en París en 1962, en el que hizo una severa revisión de la obra de Albert Camus, fallecido apenas dos años antes, el 4 de enero de 1960, a causa de un trágico accidente automovilístico. El aún incipiente escritor peruano aprovechó la aparición del primer tomo de los Carnets de Camus para saldar cuentas con el Premio Nobel de Literatura de 1957, acusándolo de haberse convertido en “un lastimoso escritor oficial, desdeñado por el público y vigente sólo en los manuales escolares”.
El principal alegato de Vargas Llosa era que Camus cayó tan pronto en desgracia en el favor de los lectores debido a su insistencia en presentarse como un filósofo. “La gloria, la popularidad de Camus reposaban sobre un malentendido. Los lectores admiraban en él a un filósofo que, en vez de escribir secos tratados universitarios, divulgaba su pensamiento utilizando géneros accesibles: la novela, el teatro, el periodismo”. El futuro autor de La guerra del fin del mundo fue implacable: “Su pensamiento es vago y superficial: los lugares comunes abundan tanto como las fórmulas vacías, los problemas que expone son siempre los mismos callejones sin salida por donde transita incansablemente como un recluso en su minúscula celda”. Eso sí: Vargas Llosa lo reconoce como un gran narrador y prosista: sus libros serían “desdeñables si no fuera por su prosa seductora, hecha de frases breves y concisas y de furtivas imágenes”. Reconoce que, en realidad, Camus “era un artista fino y en algunas de sus obras registró intuitivamente el drama contemporáneo en sus aspectos más oscuros y huidizos”.
No obstante la severidad con que lo juzga, Vargas Llosa termina por absolverlo de sus “deslices”: “Camus no tuvo la culpa de que se viera en él a otro y lo único deplorable es que, contaminado por ese asombroso equívoco colectivo que hizo de él un ideólogo, traicionara su sensibilidad ascendiendo a alturas especiosas para discurrir artificialmente sobre problemas teóricos”. Y finaliza: “El prestigio de Camus se desvaneció cuando sus lectores descubrieron que el supuesto pensador, que el aparente moralista no tenía nada que ofrecerles para hacer frente a las contradicciones de una época crítica”.
Vargas Llosa tenía razón: Camus no era un filósofo, pero tampoco era sólo un literato. Además de un excelentenarrador y prosista, era un agudo pensador. A diferencia del rigor lógico de Sartre, el método de Camus era la duda y el cuestionamiento, de ahí que las ideas que surgían a través de sus novelas las extendiera para desarrollarlas y clarificarlas en sus ensayos. Al paso de los años, el malentendido ha quedado plenamente aclarado: Camus es un extraordinario escritor con preocupaciones filosóficas, sin que ello signifique que estas preocupaciones no hayan tenido pertinencia entonces, cuando las escribió, y que no las tengan ahora, a la luz del desarrollo histórico de la civilización, a más de medio siglo de haberlas enunciado.
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Albert Camus 
©Wikicommons
¿A qué se debe que las ideas de Camus sigan siendo pertinentes para explicarnos la condición humana de los tiempos actuales? Camus buscó expresar sus ideas filosóficas a través de la novela y el teatro, pero sobre todo recurriendo a mitos clásicos para ilustrarlas y explicarlas. Esta predilección por el clasicismo provino de la influencia temprana que tuvo en él André Malraux —con quien más tarde lo uniría una gran amistad— y André Gide, sobre todo el de Los alimentos terrenales. En una entrevista, Camus afirmó: “Conociendo bien la anarquía de mi naturaleza tengo necesidad de ponerme, en arte, barreras. Gide me enseñó a hacerlo. Su concepción del clasicismo como un romanticismo domado, es la mía”. Pero, sobre todo, la vocación clásica de Camus provendría de sus lecturas tempranas de Friedrich Nietzsche, sobre todo Así habló Zaratustra y El nacimiento de la tragedia, en especial la continua mirada a la Grecia clásica y sus mitos.
Camus consideraba que el escritor es un creador y recreador de mitos, pues éstos “no tienen vida por sí mismos, esperan que nosotros los encarnemos —dice en ‘Prometeo en los infiernos’—. Que un solo hombre responda a su llamamiento, y ellos nos ofrecerán su savia intacta”. Así, consciente de su inspiración artística, Camus se apoya en la historia de los héroes míticos: Sísifo, Prometeo, Ulises, Edipo, Némesis, Helena...
En La necesidad del mito, el psicoanalista Rollo May explica el mecanismo y la función que cumplen los mitos en la historia de la humanidad, pero sobre todo en el mundo contemporáneo: “Un mito es una forma de dar sentido a un mundo que no lo tiene. Los mitos son patrones narrativos que dan significado a nuestra existencia”. Los mitos son la autointerpretación de nuestra identidad en relación con el mundo exterior. Son el relato que unifica nuestra sociedad. Son esenciales para el proceso de mantener vivas nuestras almas con el fin de que nos aporten nuevos significados en una realidad difícil y a veces sin sentido. “Cualquier individuo —explica May— que necesite aportar orden y coherencia al flujo de las sensaciones, emociones e ideas que acceden a su conciencia desde el interior o el exterior, se ve forzado a emprender por sí mismo lo que en épocas anteriores hubiera llevado a cabo su familia, la moral, la Iglesia y el Estado”.
Como muchos hombres de su época, Camus se enfrascó en la labor de encontrar sentido a un mundo que lo había perdido, sobre todo después de haber vivido la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Hiroshima y Auschwitz marcaron el alfa y el omega de la sinrazón a la que había llegado el ser humano (la actualidad nos corrobora que la estupidez humana no tiene límites). Para ello, armado de su sensibilidad artística y su talento literario, Camus emprendió el camino de explorar el alma humana y recurrió a los mitos griegos a fin de encontrar en ellos las explicaciones y los modelos que requería para su tarea.
Rollo May lo explica así: “El lenguaje abandona el mito sólo a costa de la pérdida de la calidez humana, el color, el significado íntimo, los valores: todo lo que da un sentido personal a la vida. Nos comprendemos mutuamente identificándonos con el significado subjetivo del lenguaje del otro, experimentando lo que significan las palabras importantes para él en su mundo. Sin el mito somos como una raza de disminuidos mentales, incapaces de ir más allá de la palabra y escuchar a la persona que habla” (cursivas en el original).
En 1942, en pleno conflicto bélico, Camus publicó El extranjero y un año después sacó a la luz El mito de Sísifo. Ambos libros se convirtieron instantáneamente en sus obras más celebres y, al mismo tiempo, en las más incomprendidas y tergiversadas. Por ello, en estos días resulta estimulante la aparición de un libro como La felicidad y el absurdo, editado por Tusquets a instancias de la Embajada de Francia en México, para celebrar el centenario del nacimiento de Camus. En sus páginas, diez autores mexicanos como Roger Bartra, Elsa Cross, Jaime Labastida, Eduardo Milán, Carlos Pereda y Javier Sicilia, entre otros, hacen una nueva lectura de El mito de Sísifo,sobre todo a partir del planteamiento final de Camus, en el sentido de que el absurdo vital no es trágico sino que, al contrario, “hay que imaginar a Sísifo feliz”.
En El extranjero y El mito de Sísifo, Camus presentó sus ideas acerca del absurdo, que para él es la convicción de que la vida carece de sentido; se niega a otorgarle a la muerte una finalidad y, más aún, a que haya una trascendencia más allá de la muerte. El absurdo es el vacío, el vértigo que el hombre siente ante el silencio del mundo a preguntas esenciales.
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Albert Camus en 1957
©Robert Edwards/ Wikicommons
Pero en lugar de que Camus considere el absurdo como un fin, lo erige en el principio de todo. Lo primero es la comprensión de que, si bien en sí mismo no todo en el mundo es absurdo, tampoco es totalmente razonable. Es decir, no hay absolutos, por lo que el hombre debe poner sus propios límites, y de ahí emerge su propia libertad. Camus en realidad invierte la polaridad del absurdo al que tantos han emparejado con la “nada” sartreana. En lugar de ser algo negativo, el absurdo es positivo porque, una vez asumido, permite la libertad y la creación.
Para ilustrar sus ideas, Camus recurre a la novela y a la mitología. El personaje de Meursault representa al ser humano en el umbral del absurdo: lo siente, lo percibe y lo experimenta, inmerso en el vértigo y la angustia de la sinrazón. Meursault observa el transcurrir de sus días sin que nada cambie. Sin embargo, los acepta y así cree encontrarle sentido a una vida sin esperanzas, a la que siente que nada le depara el futuro. El asesinato sin sentido de un hombre, la resignada aceptación de su condena y la insensibilidad manifiesta ante la muerte de su madre, lo enfrentan, ante sí mismo y ante los demás, a la contundencia de los límites de su propia existencia.
Llama la atención que, además de bordar sobre los planteamientos de Nietszche, Heidegger, Jaspers, Kierkegaard y Husserl, Camus haya descubierto el germen de sus planteamientos en la obra de Herman Melville, especialmente en Bartleby, el escribiente y Moby Dick. El aparentemente plácido empleado que responde ante cualquier encomienda o exigencia de decisión “Preferiría no hacerlo” podría ser un espécimen, quizá menos trágico, de la estirpe de Meursault, en tanto el capitán Ahab estaría aquejado del síndrome de Sísifo, acicateado por el deseo de venganza.
De ahí que El extranjero represente el planteamiento inicial de la idea del absurdo que Camus desarrollará filosóficamente en El mito de Sísifo. Meursault es el hombre absurdo que sucumbe ante el vértigo del vacío. Su resistencia al absurdo no construye sino destruye. Ni el asesinato ni el suicidio son considerados por Camus como salidas válidas a la angustia y la desesperación. He ahí la diferencia fundamental con Sísifo, quien para Camus es el héroe absurdo por excelencia. Condenado por los dioses a rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña donde la piedra volverá a caer por su propio peso, Sísifo acepta su condena sin arredrarse, a pesar de que es evidentemente inútil, pues no lo lleva a ninguna parte.
Sin embargo, Sísifo es un héroe “tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida, le han valido este suplicio indecible donde todo el ser se emplea en no acabar nunca”, afirma Camus. Pero, además, Sísifo es un héroe trágico debido a que es consciente. “¿Dónde estaría, en efecto, su pena si a cada paso mantuviese la esperanza de triunfar? El obrero de hoy trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y este destino no es menos absurdo. No es trágico más que en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: es en ella en lo que piensa durante su descenso. La clarividencia que debía de hacer su tormento consuma por ello mismo su victoria. No hay destino que no se supere con el desprecio”.
En 1947, Camus publicó La peste, que muchos considerarían su obra maestra. Con esta novela —y sobre todo con El hombre rebelde, de 1951—, muchos se dieron cuenta de que el “existencialismo de Camus” tenía serias diferencias con el de Sartre. En la polémica que los llevó a distanciarse— a propósito de un violento ataque en Les Temps Modernes, la revista de Sartre—, a Camus se le acusaba de replegarse en el inmovilismo y la pasividad favoreciendo el poder reaccionario.
Es probable que muchos interpretaran que Camus proponía una resignación pasiva ante la presencia del mal. Nada más lejano a eso. En El hombre rebelde desarrolló sus ideas al respecto y esto le valió la excomunión de la iglesia sartreana. Para Camus, el hombre rebelde es aquel que acepta la vida sin sucumbir ante sus miserias, sin admitir que su aparente sinsentido deba conducir a la resignación, asumiendo una vocación humanista y solidaria. La rebeldía es una alternativa fáctica a la angustia existencial. Sin embargo, en ocasiones, llega un momento en que el hombre tiene que actuar para cambiar el mundo y sus circunstancias cuando el mal resulta inaguantable. Entonces decide volverse revolucionario y se abandona a la negación de la sumisión total en pos de la utopía. No obstante, el revolucionario termina por sacrificarse y sacrificar la libertad del hombre en función de un supuesto futuro mejor.
Sin embargo —y aquí encontramos el meollo de la polémica con los sartreanos—, Camus señala que mientras la rebelión humaniza al hombre porque lo coloca más allá de Dios y del absurdo, la revolución sustituye un mito por otro e intenta divinizar al hombre por encima de la historia. He ahí la principal contradicción entre rebeldía y revolución: “Lejos de reivindicar una independencia general, el rebelde quiere que se reconozca que la libertad tiene sus límites en todas partes donde se encuentre un ser humano y que el límite es precisamente el poder de rebelión de este ser. El rebelde exige sin duda cierta libertad para sí mismo; pero en ningún caso, si es consecuente, el derecho de destruir el ser y la libertad de otro”; en tanto “el revolucionario es al mismo tiempo rebelde o entonces ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión. Pero, si es rebelde, acaba por levantarse contra la revolución”.
Aunque el filósofo neomarxista y psicoanalista poslacaniano esloveno Slajov Žižek considera El mito de Sísifo“irremediablemente obsoleto”, lo cierto es que en ese libro Camus se adelantó a lo que Žižek plantea en uno de los ensayos incluidos en El año que soñamos peligrosamente, titulado “The Wire, o qué hacer en tiempos del No Acontecimiento”. Para quien no tenga ni idea de qué es The Wire, bastará decir que es considerada por muchos como la mejor serie de televisión que se ha realizado. Y así como Camus recurría a los mitos clásicos para ejemplificar sus ideas filosóficas, Žižek se vale de elementos de la cultura pop (películas, series de televisión, canciones populares, etcétera) para explicar sus intrincadas aproximaciones a casi todo, pues para él de lo que trata la filosofía es de “una exploración de lo que se presupone incluso en la actividad del día a día”.
Así, bajo la fachada de una trama aparentemente policiaca, The Wire cuenta la historia de una ciudad (Baltimore, Maryland, Estados Unidos de América), o más que eso: la historia de la decadencia de una ciudad como consecuencia del sistema capitalista y cómo los individuos de esa sociedad enfrentan las consecuencias de esa decadencia. Para el hombre actual, las reglas de un sistema que lo rebasa y no comprende cumplen la misma función que los designios de los dioses en la Antigüedad clásica. El creador de la serie, el ex reportero David Simon, aseveró que “The Wire es una tragedia griega en la que las instituciones posmodernas son las deidades olímpicas. El departamento de policía, la economía de la droga, las estructuras políticas, la administración en las escuelas o las fuerzas macroeconómicas son las que están arrojando los rayos y golpeando a la gente en el culo, sin ninguna razón decente”.
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Camus en Estocolmo luego de recibir el Nobel, 1957
©Wikicommons
En la decadente sociedad capitalista siguen apareciendo los Sísifos: el detective Jimmy McNulty —personaje que unifica la trama de las cinco temporadas que duró la serie de 2002 a 2008— se enfrenta a sus jefes, se salta las trancas, miente, traiciona su palabra y falsifica pruebas para salirse con la suya, para que se haga lo que él cree justo. Y como él hay otros tantos personajes en la serie. Al final, el sistema siempre gana, por más que se haga, por más que se quiera cambiar, porque ha inventado sus propios mecanismos para integrar o eliminar, según le convenga, a los que se oponen a él y fortalecerse con esa oposición. Es decir, al oponerse al sistema lo único que se hace es fortalecerlo. Y de lo que se trata es de cambiarlo, de construir algo nuevo, con verdadera justicia, menos miserable.
¿No es esto el mismo absurdo del que surge la conciencia como lo planteaba Camus? Sísifo sube su piedra y, ya en la cima, la deja rodar de nuevo hacia abajo. Y Sísifo va tras ella, una y otra vez. “Es durante este regreso, esta pausa, cuando Sísifo me interesa —dice Camus—. Un rostro tan cerca de las piedras ya es piedra él mismo. Veo a este hombre volver a bajar con paso lento pero acompasado hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Ese momento, que es como una respiración y que regresa con tanta seguridad como su desdicha, ese momento es el de la conciencia. En cada uno de esos instantes, cuando deja las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, él es superior a su destino. Es más fuerte que su roca”.
¿Y qué nos dice Žižek?: “La clave está en no resistirse al destino (y por tanto acabar ayudando a su realización, como los padres de Edipo y como el siervo de Bagdad que huyó a Samara), sino cambiar el destino mismo, sus coordenadas básicas…; aquellos que se niegan a cambiar nada son efectivamente los agentes del auténtico cambio: efectuar un cambio en el principio del cambio mismo”, pues “cuando adoptemos el pesimismo trágico, aceptando que no hay futuro (dentro del sistema) podrá emerger una apertura para un futuro cambio radical”. En otras palabras, empujar la piedra y dejar que ruede hasta que termine por quebrarse.
Camus lo explica de una forma muy bella: “‘Considero que todo está bien’, dice Edipo, y estas palabras sagradas resuenan en el universo salvaje y limitado del hombre. Enseñan que no todo está, ni ha quedado, agotado. Echan de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y el gusto de los dolores inútiles. Hacen del destino un asunto del hombre que debe arreglarse entre los hombres… No hay sol sin sombra, y hay que conocer la noche”.
Por sus ideas, Camus fue considerado injustamente un moralista y hasta un reaccionario, pues, supuestamente, promovía el inmovilismo en lugar de impulsar “la acción revolucionaria”. Ahora podemos ver que no se trataba de conformismo ni aceptación pasiva, sino de paciencia, de preparación y adquisición de conciencia, pues, como afirma ahora Žižek, “necesitamos dejar de dar pequeñas batallas contra la inercia del sistema intentando mejorar las cosas aquí y allá y, en vez de eso, preparar el terreno para la gran guerra que viene”.

Lamentablemente, cuando sobrevino el accidente automovilístico que truncó su vida con apenas cuarenta y siete años de edad, Camus tenía mucho que reflexionar todavía, pero quizá presintió que el tiempo se le acababa. Quizá por eso prefirió no usar el boleto de tren que encontraron en su abrigo el día de su muerte.