lunes, 17 de febrero de 2014

WILHELM REICH Y EL ORGÓN, (Primera parte),

Wilhelm Reich y el descubrimiento del orgón. Primera Parte. Del psicoanálisis al orígen de la vida. de Artur Sala

Wilhelm Reich
Wilhelm Reich, un mártir de la ciencia moderna.
Desde siempre el hombre se ha sentido fascinado por el enorme enigma que supone la aparición de la vida. Desde el punto de vista de la ciencia occidental moderna, la posibilidad de que esta se genere de manera espontánea a partir de materia no viva, fue des de el primer momento sistemáticamente descartada, ya que tal idea sugería a una intervención divina. Sin embargo en los años 40, un científico proveniente del campo del psicoanálisis formuló unas leyes y principios sobre el origen de la vida que pusieron en jaque a toda la biología moderna; Wilhelm Reich. Y la cosa no acabó aquí. Reich siguió investigando y en cada ensayo, cuestionaba uno por uno todos los dogmas de la biología, la meteorología y la cosmología. Todo terminó cuando a mediados de los años 50, agentes del servicio secreto le detenían y encarcelaban, mientras el gobierno de Estados Unidos y la F.D.A ordenaba que todos sus laboratorios y experimentos debían de ser destruidos y sus libros quemados, hecho completamente inaudito en nuestra sociedad moderna. Pocos meses después, Reich moría en extrañas circunstancias en una prisión de Pensilvania. La pregunta es obvia; ¿ Por que se gastó tanta energía en desmontar todo el enorme legado de este hombre, si al final todo se trataba de mera charlatanería?
En las sucesivas entradas, vamos a extender lo dicho en mi artículo para Dogma Cero, con algunos datos nuevos y desconocidos sobre la figura de un científico tan duramente atacado por parte del stablishment oficialista, como completamente mal interpretado por parte de la mal llamada ciencia alternativa.
Cartilla de detención de Wilhelm Reich en la penitenciaría de Levisburg.
Cartilla de detención de Wilhelm Reich en la penitenciaría de Lewisburg Pennsilvania.

Introducción.

Desde un punto de vista puramente biológico (que por la propia concepción de la ciencia moderna equivale a decir bioquímico y genético ya que todo lo demás se puede decir que no existe), la vida se muestra como un proceso de una complejidad extrema. No son pocos los que han demostrado que no puede ser entendida por las limitadas capacidades del método científico moderno, sino solamente de manera muy parcial y sesgada. Es a partir de esta conclusión, el que uno como el que esto escribe educado en el pretendido y siempre selectivo rigor cientifista, empezó a pensar en cierto momento que quizás había algo de cierto en los que afirmaban que es desde una visión más global y holística, la que verdaderamente nos podía ofrecer una mejor aproximación a estos fenómenos conocidos como vida, enfermedad o conciencia.
Escena familiar de Wilhelm Reich.
Escena familiar de Wilhelm Reich.
Nuestro cuerpo esta formado por 10 billones de billones de células propias (un uno seguido de 25 ceros) y 10 veces más de externas. Para que se hagan una idea, la cantidad de personas en la Tierra es de 7 mil millones, un siete seguido por nueve ceros. No existe ningún sistema creado o administrado por el hombre con una complejidad parecida ni por asomo. Según Bruce Lipton, cada célula es capaz de recibir hasta 50.000 mensajes o impulsos bioeléctricos (físicos) al instante de los cuales no conocemos más de 150. Si a esto le añadimos los impulsos bioelectromagnéticos la cantidad de mensajes y órdenes que puede hacer una célula es simplemente incalculable. Sin embargo, la ciencia moderna que ha llegado a altas cotas de comprensión de lo que ocurre en una célula obvia continuamente este hecho. Y lo que es peor, trata a la célula como algo aislado, que como todo ser vivo, nace, crece consiguiendo su propia energía, se reproduce y/o finalmente “muere buscándose siempre la vida” sola, como un ente aislado y pretendidamente autosuficiente, en la creencia de una competencia continua con su entorno por la supervivencia de sus genes más aptos, en una especie de paranoia por la supervivencia reduccionista, absurda, y porque no decirlo, simplista y obviamente… falsa.
Un joven Reich.
Un joven Reich.
A esto, hay que añadirle que según la concepción actual de la ciencia biológica moderna con tesis plenamente Neo-Darwinistas basadas en la Teoría Sintética de la Evolución, supone que la vida es un fenómeno extremadamente raro y azaroso donde la mutación genética aleatoria y gradual como fuente de variación es la base de la evolución (sin absolutamente ninguna prueba de ello) y que a pesar de las ínfimas posibilidades de producirse, se ha producido. Pero aunque estas sean de una entre trillones de trillones de trillones, es decir, ninguna en ninguno de los ningún posibles casos, esta cruda realidad matemática choca de pleno con las evidencias experimentales, ya que hemos bajado hasta las fosas marinas más abisales en condiciones de presión y temperatura altísimas, o en ambientes extremadamente ácidos y ricos en azufre, y hemos encontrado vida, y no solo eso sino en gran cantidad de formas algunas de las cuales son absolutamente surrealistas.Existe por tanto una contradicción total y absoluta entre la extrema dificultad e imposibilidad con la que la vida se produce, y la observación empírica que más allá de toda duda, nos habla de un fenómeno natural que resiste y se adapta a las condiciones más duras, y que se puede propagar a gran velocidad de forma súbita si se dan unas características concretas.
¿ Es la vida por tanto un fenómeno espontáneo, natural e irreversible en contra de lo que la ciencia moderna sigue empeñándonos en hacernos creer?
Wilhelm Reich.
Wilhelm Reich.
Wilhelm Reich fue el primer científico occidental que puso de manifiesto de manera extendida y amplia algunos de los procesos que pueden generar espontáneamente vida a partir de la no vida, y sobretodo, de como esta es creada y destruida por un proceso de organización / desorganización espontánea impulsada por una energía especial y propia de la vida que denominó orgón. Esta energía no se comportaba ni obedecía las leyes sobre las nuevas formas de energía recientemente descubiertas como el electromagnetismo y de lo que es peor de los principios de la termodinámica (que ya vimos en esta entrada anterior con respecto a la segunda ley de cuan dogmáticos son), y presentaba grandes similitudes con el Chi, el Ki, el Prana, y otras formas propias de energía descritas en las ciencias tradicionales como la Ayurveda o la medicina china, en contraposición con la concepción occidental moderna mecanicista, que entiende que se puede explicar la vida exclusivamente con las leyes científicas modernas como son la bioquímica o la genética, y que niega Ad Hoc la existencia de dicha energía.
Sigmund Freud.
Sigmund Freud.
Con el fin de introducir al lector en la obra de Reich, este hecho me obligará a realizar una serie de simplificaciones en los subsiguientes artículos que no deben de ser interpretadas más allá de la mera introducción hacia unos descubrimientos ignorados que podrían cambiar el curso de la ciencia moderna.El propósito de este artículo y siguientes es único, al menos en lo que sería en el estudio de la obra de Reich, y enmarcado en la intención de este blog y de la revista Dogma Cero en la que colaboro de difundir información genuina e inédita, esto es, no solamente no acorde con la teoría oficial, sino al mismo tiempo desconocida o incorrectamente interpretada por parte de la Comunidad Alternativa.
Vamos a centrarnos en la última etapa de Reich, aquella que la propia Wikipedia cataloga de “delirante”, la que va a la publicación de sus tres últimos libros y de la revista “Journals of Orgonomy”, aquella que provocó que sus libros, fueron PROHIBIDOS POR EL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS, Y ORDENADA SU QUEMA PÚBLICA, DE MANERA QUE CUALQUIER PERSONA QUE POSEYERA UN LIBRO DE REICH PODÍA IR A LA CÁRCEL. Intentemos verlo con los ojos de la verdad, más allá de las teorías de la conspiración, y de la sempiterna explicación final del complot para encubrir la verdad.

Historia y etapas de la obra de Reich.

La vida de Wilhelm Reich tiene varias etapas que hemos dividido en cuatro de las cuales, solo nos interesa las tres últimas y de las que hablaré en las tres próximas entradas.
La Función del Orgasmo.
La Función del Orgasmo.
En su primera etapa, Reich parte como colaborador de Freud y es su etapa psicoanalítica. Esta es la etapa en la que no voy a profundizar, ya que ya hay bastante información, y porque en ella todavía no se cuestionantan abiertamente como en sus 3 últimos libros los dogmas oficiales de la ciencia. Solo diremos que destaca la publicación en 1924 de “el Análisis del Carácter” y en 1927 de “La función del Orgasmo”, y es la etapa en la que Reich llegó a la conclusión de que “la represión sexual estaba detrás de muchas enfermedades”, como pueda ser la esquizofrenia. Es una época de militancia política, donde es perseguido por los nazis primero, los comunistas después, y finalmente se ve obligado a exiliar-se a Suecia primero, y a Noruega después, desde donde deberá de huir a Estados Unidos cuando los nazis invaden el país teutón. Si alguien quiere saber más sobre esta primera etapa de Reich, puede consultar la página web de la Asociación Española de Terapia Reichiana ES.TE.R. En el presente artículo, esta etapa no va a ser considerada.
Los experimentos con biones.
Los experimentos con biones.
En su segunda etapa, bajo la hipótesis de que en el orgasmo se produce una energía diferente y que se manifiesta siempre como una pulsación, descubre los biones y lo relata en su libro “Los Experimentos con Biones”. La publicación de este libro, provocó que la comunidad científica pasara de las críticas a un odio visceral y a un ataque directo a su persona. Los biones son formas esféricas extremadamente diminutas, unas 100 veces más pequeñas que las bacterias, y que aparecen por reorganización espontánea de la materia viva y/o sorprendentemente también de la materia no viva inerte, pero que la biología ha catalogado de formas sin vida conocidas como partículasbrownianas. Desde su descubrimiento en 1827 por parte del botánico Robert Brown, se había postulado si se trataba de formas vivas o no, siendo bautizadas con el título de “movimiento browniano” al no encontrar explicación aparente a porque se movían de manera tan incesante y aleatoria. El debate se cerró cuando Albert Einstein “demostró” matemáticamente dicho comportamiento como debido a puras “agitaciones térmicas”, es decir ocasionadas por la temperatura del fluido y no porque fueran forma viva alguna, escribiendo con ella, una de las mentiras más grandes de la historia de la ciencia. Tristemente, las matemáticas vencieron una vez más a la observación directa. Sin embargo, cualquier persona que hubiera observado los biones a través del mismo microscopio de Reich, hubiera visto que el movimiento pulsante y orgánico de estos, no tenía nada que ver con un movimiento brusco y azaroso propio de un movimiento aleatorio propio de partículas “sin vida”.
En una tercera parte, Reich descubre los materiales que atraen y repelen el orgón, que le permitieron construir los famosos acumuladores y los experimentos para usar dichas cámaras para el crecimiento de bacterias y bacilos, y la destrucción de tumores cancerígenos que relata en “La Biopatía del cáncer”.
El reciente libro "Donde esta la verdad" que aborda los últimos años de la vida de Reich.
El reciente libro “Donde esta la verdad” que aborda los últimos años de la vida de Reich.
En la cuarta parte y ya plenamente afincado en Estados Unidos, Reich descubre que el orgón forma corrientes que se mueven de oeste a este a una velocidad el doble que la rotación de la Tierra, responsables de la formación de la materia en los brazos espirales de las Galaxias, así como del orgón negativo (D.O.R) y el ORANUR, al realizar un experimento con radio en un acumulador de orgón que obligó a descontaminar radioactivamente una amplia zona cercana. Todo esto es relatado en su libro “Ether, Dios y Superimposición Cósmica” y sobretodo, en las revistas “Journals of Orgonomy”. Aunque algunas de estas revistas se han conservado después de la quema de sus obras, las más importantes y en las que se cree que Reich llegó a las conclusiones más reveladoras, permanecen a día de hoy, desaparecidas.

Escritos Sobre Reich.

Elsworth F. Baker Caballero de la Orden De Jerusalem.Elsworth F. Baker como Caballero de la Orden De Jerusalem.
Todo el mundo debe de admitir que la obra de Reich no es en absoluto una cosa fácil de entender y menos aún, de asimilar. Pocas veces se ha hecho este análisis de la última parte de la obra Reichiana y en la mayoría de los casos con un halo de confusión notorio. De ello, debo de destacar los trabajos de James DeMeo yTrevor James Constable y para el lector más neófito, el excelente ensayo del noruego Ola Raknes “Wilhelm Reich y la Orgonomía”, durante muchos años compañero de investigación y batallas de Reich. Del que desconozco su obra es Elsworth F. Baker autor del ensayo publicado en 1967 “El Hombre Atrapado” y fundador de la Escuela Americana de Orgonomía A.C.O en Princeton. En español destacar primero la obra de Xavier Serrano de la Escuela Española de Terapia Reichiana, ES.TE.R. La ES.TE.R ha estudiado con mucho rigor la primera etapa de la obra Reichiana, pero como ha quedado claro, es de la que no voy a hablar. El que si lo hace y con gran y profundo conocimiento de causa, es el Figuerense Carles Frígola y su blog sobre la obra Reichiana. Frígola y su esposa Eva Reich (hija de Wilhelm Reich) crearon en 1981 la Clínica de Medicina Orgónica.
En este momento, estamos a punto de empezar la réplica del experimento XX del cual hablaremos en la tercera entrada y del que espero publicar los resultados para principios del año que viene. Me despido de vosotros con esta conferencia en catalán de Carles Frígoladonde resume los excepcionales descubrimientos de Reich de los que hablaremos en las sucesivas entradas.

domingo, 16 de febrero de 2014

LA DOBLE AUSENCIA, FEderico Campbell


1 / 4

La migración global se ha convertido en un fenómeno inédito y que se antojaba impredecible hace algunos años. Partiendo de su natal Tijuana, Federico Campbell, uno de nuestros escritores más dotados y perspicaces a la hora de tratar las relaciones del dinero y el poder, analiza el fenómeno de las fronteras móviles, el narcotráfico y las comunicaciones, y puntualiza algunos aspectos más de lo que llama “la era de la criminalidad” en la que vivimos.
 ¿Es una cicatriz? ¿Va a sanar? 
¿Va a sangrar de nuevo?
Carlos Fuentes, Gringo viejo
Al principio nos movíamos en un mismo territorio: la frontera invisible, en ninguna parte, delimitado por la “línea internacional”. Trasladarse del centro de Tijuana a un cine de Chula Vista no comportaba en la práctica franquear ninguna barrera tangible. Era como desplazarse en la misma zona de una cierta cotidianidad que tenía como marco el espacio binacional, sin telones de por medio. En nuestra ciudad la línea de demarcación era impensable. Nuestra ciudad comprendía barrios de Tijuana y de San Ysidro, calles de Chula Vista y de la colonia Cacho. Era, seguramente, la ciudad feliz de la infancia y los primeros años de la posguerra (1946-1952). Aún se sentían algunas secuelas de la reciente conflagración mundial —los apagones antiaéreos de San Diego— y el flujo entre un país y otro era mucho menor que ahora. La ciudad andaba en los sesenta mil habitantes, a pesar de que ya no se cruzaba, como en las primeras décadas del siglo, por la Puerta Blanca cuando los americanos se venían en sedienta manada a echarse el trago que allá les tenía prohibido el presidente Roosevelt con la ley seca. A la vuelta de los años, y paradójicamente desde que entró en funcionamiento el “tratado de libre comercio”, la muralla metálica y electrónica se ha ido ensanchando y alargando no como el proyecto de una arquitectura defensiva —no llega a ser arquitectura— sino como resultado de un constructivismo burdo, pragmático y “estratégico”. Por eso tal vez al poeta catalán Rubén Bonet se le ocurrió pensar que “todo Tijuana es una instalación”, como si fuera una propuesta plástica, refiriéndose a la oxidada valla de lámina —desecho de aeropistas militares— que constituye el muro disuasivo. El impedimento es contundente: por aquí no pasa nadie ni habrá de pasar nadie por la barrera natural e infranqueable del desierto, el sol, la sed, la inanición y la deshidratación. Seres humanos no pueden pasar. Otras cosas, sí, como la droga.
imagen
©Elsa Medina
Los fotógrafos, mejor que nadie, han captado el drama de la inmigración que se ha exacerbado no sólo aquí, en la esquina noroccidental mexicana, sino en muchas otras partes del planeta. No pocos fotógrafos, como Sebastião Salgado, Graciela Iturbide, Lourdes Grobet, Roberto Córdoba y Elsa Medina, han congelado en sus imágenes los rostros de esta tragedia.
Durante los últimos dos años, la fotografía ha ido tomándole el pulso al hormiguero social desesperado, de noche, a mediodía, en la madrugada, al amanecer, a la hora del lobo de este fin de siglo cuando se presiente una amenaza o se descubren signos de un peligro inminente. Es una fotografía de los intersticios: la frontera agrietada por la que se cuela la esperanza y se deshace en la polvareda distante de la border patrol.
Esta grieta o espacio lineal abierto que queda entre los dos cuerpos nacionales evoca —en la fotografía de profundidad— la monumental muralla china de inspiración militar o el territorio de Laconia en el que se asentaba la antigua Esparta griega y del que el arquitecto Richard Ingersoll ha deducido la expresión “campo lacónico” para referirse a la ciudad difusa, repleta de áreas deshilachadas, irregularmente urbanizadas, sin acontecimientos espaciales, privada de comunicación arquitectónica.
Y no parece ser otra cosa este “campo lacónico” que comparece en la desolación indocumentada recogida por la lente de, por ejemplo, la fotógrafa Elsa Medina, un campo conciso, de pocos elementos, como el de las afueras parchadas de Tijuana o las inmediaciones de San Ysidro, el Nido de las Águilas y el cañón de La Cabra. Pero si Esparta no necesitaba murallas y podía extenderse a lo largo de sus lacónicos espacios vacíos era porque, según Tucídides, “sus soldados eran sus murallas” del mismo modo en que ahora, en el confín mexicanoestadounidense, el ejército de la Patrulla Fronteriza hace de muralla defensiva y ofensiva —porque ofende— ante la vulnerabilidad de la no infranqueable lámina por cuyos resquicios se ha introducido la cámara de Elsa Medina.
¿Y qué vemos en sus fotos?
Vemos unas patrullas diseminadas allá a lo lejos, en el cañón de La Cabra.
Vemos las siluetas negras de unos doce agentes rubios de protuberantes escuadras y linternas al cinto, contra el sol del atardecer, justo en el instante del rayo verde que se cancela sobre la inmensidad del Pacífico.
Vemos a un hombre solo en playas de Tijuana, con la mirada perdida hacia el norte de la barda herrumbrosa que corta las olas mar adentro.
Vemos a un niño metido en su jorongo, a un adolescente sin país, a un anciano sin respaldo.
Vemos un helicóptero que clava con sus reflectores a un campesino de Nayarit mientras, como araña fumigada, esconde su rostro con una cachucha de los Padres de San Diego.
Vemos un convoy de camionetas oficiales de doble tracción y motoconformadoras y tractores demarcando la “tierra de nadie”, esta expresión militar calificativa de la zona que queda entre una trinchera y otra y que nadie puede atravesar sin el riesgo de ser acribillado por un francotirador de la border patrol.
Vemos un montón de zapatos y botas usadas, signos de la caminata y la emigración, que alguien vende en el rincón de una calle.
Vemos a un muchacho que coloca más de trescientas cruces blancas en el mural de un par de figuras negras, recuento de los migrantes muertos en la frontera.
Vemos a un grupo de jóvenes que hacen su rancho aparte debajo de un árbol mientras esperan, esperan, esperan, en el cañón Zapata.
Vemos a un grupo de trabajadores indocumentados que esperan ser contratados como eventuales en las calles Broadway y Pico de Los Ángeles.
Vemos una mojonera en el Nido de las Águilas, en la porción limítrofe, establecida por la fuerza de las armas en 1848.
Vemos la doble valla, el perímetro de seguridad, alambradas de púas como en las trincheras, censores sísmicos para rastrear a los caminantes subrepticios, telescopios infrarrojos de larga distancia, cámaras de video, instrumentos de detectación nocturna.
Vemos una zona de guerra.

Vemos un abandono de los dos gobiernos, vemos su indiferencia, vemos su sonrisa macabra y estúpida, vemos una conspiración contra el derecho internacional al trabajo.
Sin embargo, la mirada de Elsa Medina no es la única que se tiene sobre la frontera nómada ni los indocumentados son los únicos seres que se afanan por sobrevivir en el corral de la frontera sedentaria.
Como voluntad y representación, la frontera está en todos los diccionarios de lugares comunes: la frontera de cristal, la frontera como herida, cicatriz, perímetro disuasivo, el corte, el machetazo histórico, el intersticio de la roca que llora, el muro, el confín, la tierra de nadie, la colisión, la colindancia, el telón, la valla, la sangre contigua, la literatura del umbral, la hora del lobo en el instante del amanecer cuando se cruza, el tránsito a la clandestinidad, la frontera del lenguaje, la esperanza, el fracaso, la raya pintada, la frontera invisible, la frontera de las serpientes, el túnel de éter en el que se convierte el viaje hacia la nada, la demencia fronteriza que se desencadena entre la madrugada y el alba, entre la realidad y el deseo, entre el hambre y la ingurgitación, entre la salud y la enfermedad, entre el asesino y la víctima, entre la juventud y la madurez (la línea de sombra), entre la vida y la muerte, el país frontera, entre algo y nada, entre la pena y la nada.
*  *  *
…la verdad de la frontera, ¿no es
acaso permanente metamorfosis?
Dominique de Villepin
Como todas las cosas, con el paso del tiempo, la noción de frontera ha ido cambiando. No pocos de los estereotipos que se han ido acuñando sobre la frontera se desvanecen sin sentido cuando las realidades nuevas —los flujos migratorios, por ejemplo, la globalización del crimen— exigen otra manera de conceptualizarlas.
La frontera es el confín, el punto de partida y de llegada, la línea de corte jurídico que establece un principio y un fin, una demarcación que separa a un territorio de otro.
En un sentido metafórico, la frontera —como decía Carlos Fuentes— también es una herida o una cicatriz. Los cambios en las demarcaciones políticas de Europa del Este, la disolución de la Unión Soviética como cuerpo nacional, la nueva configuración de los Balcanes y el surgimiento de nuevos Estados a consecuencia de las guerras en lo que antes se reconocía como Yugoslavia, han vuelto a plantear esa noción volátil y divagante de la frontera.
Para Ryszard Kapuściński, en El imperio, su gran reportaje sobre la desaparición histórica de la URSS, “cada vez que nos aproximamos a una frontera, a un límite, nuestra tensión aumenta y afloran las emociones”.
“Las personas no están hechas para vivir en situaciones límite, las evitan o al menos intentan librarse de ellas lo más rápidamente posible”.
Lo cierto es que se ha evaporado la noción misma de frontera o se ha convertido en otra cosa por las dislocaciones bélicas y políticas de Europa del Este. Los historiadores replantean una nueva categorización. No jurídica, puesto que sin fronteras no hay Estado (al menos hasta ahora). Pero sí cultural: la fusión de las lenguas, la mezcla de razas, la invasión de un habla por otra, el desplazamiento del español por el inglés, la disolvencia —en sentido del montaje cinematográfico— de las mentalidades.
Mientras los antropólogos se esmeran en la especulación de un país frontera —de todo un tronco nacional como frontera, entre el mundo desarrollado y el estancado, entre el inglés y el español, entre la producción y el consumo de bienes, servicios y estupefacientes, entre la exportación y la importación, entre la banca incontrolada y la desnacionalización del dinero—, los novelistas de la literatura del umbral o de los intersticios recrean la inagotable vena de la frontera trágica: los asesinatos en serie de muchachas en Ciudad Juárez en la obra de Roberto Bolaño o las historias de “satánicos” que degluten la “estética” de matriz hollywoodense en, por ejemplo, Perdita Durango, la novela de Barry Gifford o la película de Álex de la Iglesia.
imagen
©Elsa Medina
Estados fronterizos
En todos los reinos hay fronteras y el animal no podría ser una excepción. “Es propio no sólo del hombre, sino también de toda la naturaleza viva, de todo lo que se mueve en el agua y en el aire”. Los gatos demarcan su territorio.
Existen fronteras entre el hemisferio izquierdo y el derecho, entre el lóbulo frontal y el lateral, entre la epífisis y la hipófisis. ¿Y los límites entre las circunvoluciones, los ventrículos y las fisuras?
En un traslape tal vez sofístico y no menos capcioso, algunos medios audiovisuales asimilan el sentido psiquiátrico de los “estados fronterizos” —una instancia preesquizofrénica: la de los borderliners— a la experiencia cotidiana de la vida en la frontera, es decir: a la locura y la degradación de la convivencia civil porque también hay fronteras en nuestros cerebros que “albergan un constante movimiento fronterizo, confinante, limítrofe”, dice Kapuściński.
“De ahí los dolores de cabeza y las migrañas, de ahí tanta confusión”.
La personalidad fronteriza, pues, no puede asimilar dos o más de dos ideas contrapuestas que, aparte, se enrarecen aún más cuando la sensación es que todo el cuerpo nacional es frontera. Para bien y para mal, México se ha vuelto un país frontera, de Tijuana a Tapachula, de Matamoros a Acapulco. El tronco todo del país se ha convertido en frontera y ciudades fronterizas —por la simultaneidad informativa electrónica audiovisual— lo son tanto Celaya como Matamoros, tanto Oaxaca como Tecate.
“Aquí en América Latina”, dice el político y hombre de letras francés Dominique de Villepin, “todos aquellos que se aprovechan del desorden y del crimen encuentran en las fronteras una guarida fácil, un terreno predilecto en donde cristalizan las dificultades que tienen los Estados para controlar su territorio y para luchar contra las amenazas, nuevas y antiguas”. Y es que el concepto mismo de frontera está en crisis, si no es que siempre lo ha estado por su naturaleza misma. Su formulación jurídica o política difiere de una época a otra: es una idea que va rehaciéndose y afinándose a lo largo de la historia.
Las fronteras defensivas como el muro de Adriano en el norte de Escocia o la Muralla China respondían a las condiciones bélicas de su tiempo, pero la tecnología militar de nuestra época —naval y aérea— impone otra mirada geopolítica de las fronteras.
 “Somos contemporáneos de un mundo formado por ejes de poder y de influencia más que por territorios geométricos”.
La doble ausencia
En el pasado, cuando el flujo de las migraciones no era tan masivo como en nuestro tiempo, se experimentaba como un choque la adopción de otra cultura nacional. Había una brecha en la relación del migrante con el país de acogida y había también una rotura en su relación consigo mismo. Esta persona no podía experimentarse a sí mismajunto con otras o como en su casa en el mundo. Al contrario, se experimentaba a sí misma en una desesperante soledad y en completo aislamiento. El emigrante que no vuelve sufre una “doble ausencia”, según le llama a este desarraigo el sociólogo argelino Abdelmalek Sayad.
Durante 2008 los mexicanos empleados legal o ilegalmente en Estados Unidos enviaron a sus casas veinticinco mil millones de dólares, para mantener a sus familias y también para facilitarles la emigración. Es decir: 2,083 millones de dólares al mes, 480 millones a la semana, 68 millones diarios y dos millones y medio cada hora.
Al enviar de Estados Unidos a México esas remesas, los emigrantes mexicanos —lo mejor del país, su nueva sangre, su capacidad de reproducir a la especie mexicana— alivian en gran parte la tensión social y le quitan un peso de encima al gobierno en turno. Se van los mexicanos jóvenes más sanos y también se va su semen. Sus remesas son apenas superadas por las de las exportaciones de petróleo y son superiores a las de la inversión extranjera directa. No es posible que a la larga o a la corta esto no tenga un efecto cultural, social y político.
La aventura de la migración, pues, ha pasado a ser un drama en la última década del siglo XX y la primera del XXI. “Disueltas idolatrías y utopías, derrumbados los colonialismos, derribados los muros, cortados los alambres de púas, llegaron los tiempos de las fugas, de los éxodos desde países de mala suerte y mala historia”, según el escritor siciliano Vicenzo Consolo.
A Ryszard Kapuściński le tocó ser testigo de dos grandes acontecimientos migratorios en sentido físico y en sentido político: la migración del campo a las ciudades (a principios del siglo XX, la población urbana mundial era del 15 por ciento y hoy es del 75) y la independencia política de las colonias.
Desvanecida la esperanza socialista, impacientes porque no pudo estrecharse el abismo entre la miseria y la riqueza, millones de jóvenes y de familias enteras optaron por dar el salto a tierras menos frustrantes. “Cambiaron de táctica”, dice Kapuściński, “recurriendo a una penetración lenta por medio de la migración. Hombre tras hombre, familia tras familia, salen en busca y encuentran su pequeño lugar en el mundo desarrollado. Recogen fresas o limpian casas en California, venden abalorios a las puertas del Panteón de París o junto a la inclinada torre de Pisa”.
Sin ser la única tragedia de nuestro tiempo (aparte de la epidemia del sida o del alzheimer, las guerras fratricidas, religiosas e interétnicas, el terrorismo, las masacres con armas bioquímicas, los bombardeos de población civil), la aventura migratoria —acuciada por la ilusión y la no improbable culminación feliz— no ha significado poco sufrimiento.
Para los indigentes o desempleados, carentes de documentos, las fronteras equivalen a un encierro y a una barrera que les limita su derecho al trabajo y a una existencia digna. Y puesto que no tienen más que una sola vida —y un solo capital: su juventud y su fuerza de trabajo— no vacilan en intentar el salto y, como la Alicia de Lewis Carroll, cruzar el espejo, aunque en la casa que está del otro lado todo parezca estar al revés: las palabras, por ejemplo, los letreros. Los pusilánimes se quedan atrás.
Este tránsito, sin embargo, está lleno de escollos y animales venenosos, arenas desérticas y temperaturas superiores a los 46 grados centígrados. No pocos terminan en la muerte por sol. Padecen los efectos de la deshidratación, el asalto de los bandidos, el abandono de los traficantes de vidas humanas, el acoso de las policías de ambos lados. Fallecen asfixiados en camiones cisterna o en contenedores. En otras latitudes, entre África y Europa, en las costas de las islas Canarias y de Sicilia, conocen la muerte por agua y sus pateras o botes salvavidas se convierten en ataúdes sin lápidas.
Y es que la capacidad de ilusión del ser humano no tiene límites, especialmente si se es joven y se cuenta con un espíritu arrojado y audaz. Gracias a la televisión, la riqueza de otras naciones entra en las casas como espectáculo o como publicidad y, en consecuencia, como deseo: se anuncia un producto pero al mismo tiempo se vende un estilo de vida y se cultiva una promesa.
Cuenta Hans Magnus Enzensberger en su estudio La gran migración que en épocas de pleno empleo en Estados Unidos se llegó a reclutar a diez millones de inmigrantes, tres millones de magrebíes en Francia, cinco en Alemania, donde ya tienen residencia legal.
A fin de restablecer la pirámide de edad, se calcula que en Estados Unidos es necesaria la llegada anual de cuatro a diez millones de inmigrantes jóvenes, mientras que en Alemania se requiere de por lo menos un millón.
La gente escapa de las enfermedades y las dictaduras, abomina del desempleo y el hambre, huye del campo en donde se ha extinguido el modo de vida rural o la desplaza la mecanización de la agricultura, emigra a las ciudades o se juega la vida yéndose al extranjero. Porque el emigrante no se va a esperar a que se disuelva la polaridad cada vez más distante entre ricos y pobres, porque está harto de la miseria y la impotencia, porque sabe —como escribe Kapuściński— que “la pobreza es una especie de sida social y al igual que el sida, en la mayoría de los casos, es incurable”.
imagen
©Elsa Medina

La ola migratoria
Sin embargo, en nuestros días, la situación ha cambiado. Por la fuerza de los hechos y el aumento de la ola migratoria, se establecen de manera más natural las relaciones entre el inmigrante que llega y la gente del país anfitrión. Los prejuicios raciales, que no dejan de existir y perturbar, se trascienden por el impulso natural de la atracción sexual y el paso del tiempo, las generaciones de jóvenes que sustituyen a las de sus padres y abuelos van enriqueciendo las poblaciones multirraciales en los países europeos, por ejemplo.
“La emigración es una verdadera mina de oro para la sociedad que la recibe”, sostiene la novelista española Rosa Montero. “En su inmensa mayoría, los emigrantes son lo mejor de sus países de origen: las personas más emprendedoras, más despiertas, más valientes, más activas, más responsables”.
Debido también a esta novedad de nuestro tiempo, han surgido nuevos fenómenos sociales y culturales como la formación de las comunidades transfronterizas o transnacionales en los países de llegada.
Total, que la composición de lugar de esta primera década del siglo tiene rasgos que antes no habían contemplado (porque no estaba allí) los sociólogos, los antropólogos y los etnólogos.
Enzensberger dice también que apenas es el comienzo, que no tenemos ni idea de lo grave que va a ser el problema de la emigración dentro de quince o veinte años. El caso es que, por el cambio generacional de los emigrantes, ya no se vive una “doble ausencia”: se construye más bien otra identidad nacional que nunca abandona sus valores culturales originarios. Es el caso de los nietos de hindúes y paquistaníes en Inglaterra o de los hijos y nietos de los argelinos en Francia.
La frontera ideológica se erigió en la Cortina de Hierro, pensada por Winston Churchill, y se desmoronó —como un montón de piedras— con la caída del muro de Berlín.
La aceleración de la globalización ha hecho porosas todas las fronteras, anota Dominique de Villepin: “Ya ninguna es impermeable a la circulación instantánea de la información, que pasa a través de cables submarinos o por satélites estacionados en el espacio. Muy pocas erigen todavía barreras a los flujos de capitales y de mercancías”. Las migraciones irrefrenables cuestionan las fronteras antiguas. Ciento cincuenta millones de personas emigran cada año en el mundo. Veinte millones de refugiados buscan asilo.
Paradójicamente, antes de la globalización el mundo era un pañuelo, según decía Manuel Vázquez Montalbán. Tenía uno otra manera de vivirlo. La aldea global de Marshall McLuhan nos es común a todos, pero al mismo tiempo nos queda grande.
En la primera década del siglo vivimos en un espacio de flujos de dinero proveniente de la economía criminal. Todo el mundo —principalmente los banqueros y los narcotraficantes— comete un crimen incruento: el lavado de dinero negro. Estas maniobras financieras transnacionales serían inconcebibles sin los flujos paralelos de la información audiovisual, de las novedades culturales, musicales, cinematográficas, televisivas, y sin la beligerancia de las organizaciones criminales que se aprovechan de la tecnología más avanzada (antes sólo de uso militar, Internet, el teléfono celular) para acrecentar su poder y su logística.
Máquina de tortillas
En este contexto geopolítico y económico se da el surgimiento de las llamadas “comunidades transnacionales”. ¿Pero cómo puede haber una comunidad sin ley propia, sin territorio y fuera de su país original? La globalización ha venido a trastocar lo que hasta ahora se ha entendido por
Estado-nación y comporta dinámicas nuevas con las que van apareciendo fenómenos exclusivos. Uno de ellos precisamente es el de las “comunidades transnacionales”.
Un ejemplo sería el de los grupos de colombianos que tienen su asiento en el Bronx, en Nueva York. Colombianos de Cali, Medellín, Pereira, Cúcuta, Bogotá o Cartagena constituyen una comunidad que si bien se ha ido integrando a la cultura norteamericana —o neoyorkina específicamente— conserva sus usos y costumbres, su estilo, que perviven en sus pueblos de Colombia.
Una vez llegó también al Bronx un poblano con una máquina de hacer tortillas. Después, poco a poco, su barrio empezó a llenarse de jóvenes mexicanos, pero casi todos de Puebla. Son la mayoría de los muchachos mexicanos que trabajan en Manhattan en las tiendas o en los restaurantes.
—Ni me digas de dónde vienes, paisano. Eres poblano —les dice uno.
—Sí, de San Martín Ixmilucan.
Lo mismo sucede en Los Ángeles con la comunidad oaxaqueña zapoteca o en San Quintín, Baja California.
Piénsese como un ejemplo espejo lo que se reconoce como “comunidades de Internet” que también, obviamente, son supranacionles. Comunidades de artistas, pintores, cardiólogos, etcétera, se comunican desde diferentes partes del mundo a lo largo y ancho del espacio cibernético.
Puede uno sentir —por las facilidades, el precio y la abundancia de vuelos aéreos, por el teléfono fijo o celular, los cajeros automáticos, el correo electrónico y la red— que vive varias ciudades al mismo tiempo, es decir, donde están sus afectos, es decir, su comunidad personal.4 / 4

Dice Federico Besserer que algunos miembros de la comunidad de San Juan Mixtepec, Oaxaca, transitaron de su condición de sanjuanenses a estadounidenses, sin pasar por la mexicanidad, ya que su condición de indios era considerada en México el oxímoron de la nacionalidad mexicana. Y algunos han aprendido el inglés primero y no el español:
En 1995, cuando me paré en un minisúper en la salida de Halfmoon Bay, al norte de California, como a las seis de la mañana, escuché a una niña ordenar: Get the guets!
—¿Qué es eso? —le pregunté en español y me di cuenta de que la niña no lo hablaba.
—¿What do you mean by guets? —le pregunté de nuevo.
—Las tortillas, en zapoteco, pendejo —me explicó la niña.
Y eso se debe, pues, al cambio de lo que antes, desde Thomas Hobbes y los enciclopedistas franceses, se reconocía como “Estado-nación”.
En cuanto al sentido de pertenencia, ¿cuál es la patria chica, el terruño, sino esos espacios transnacionales?
Michael Kearney cree que asistimos al fin del Estado nacional y que las comunidades transnacionales le dan cuerpo a lo que en el futuro será la relación entre Estado y sociedad.
La comunidad transnacional de San Juan Mixtepec, Oaxaca —según los estudios del antropólogo Federico Besserer— incluye Harrisonburg, Virginia; Arvin, California; Chandler Heights, Arizona, en Estados Unidos, y San Quintín, en la península de Baja California, México.
En Madera, California, como en la colonia Maclovio Herrera, en San Quintín, viven más de mil mixtecos en cada una.
Han dejado atrás la visión territorial de la “comunidad” y han incorporado el viaje, el movimiento, como una nueva tradición.
La idea que subyace en el concepto de ciudadanía transnacional es que el migrante tiene todo el derecho de ser ciudadano sin que por ello tenga que renunciar a su identidad nacional. Por eso son muy pocos los países que niegan la doble nacionalidad. Es de lo más común ahora que una persona tenga dos pasaportes.
El contexto de todo ello es lo que los norteamericanos llaman globalización y los franceses mundialización. Este panorama internacional es nuevo porque se caracteriza por algo que antes no estaba allí. Los flujos migratorios cada vez más densos van creando en los migrantes nuevas formas de identidad y de pertenencia que van mucho más allá del multiculturalismo.
Empiezan a ponerse en entredicho casi todas las formas de control de las diferencias basadas en la territorialidad, la cada vez mayor movilidad, el aumento de la migración temporal, cíclica, y periódica, los viajes cada vez más fáciles y más baratos, la comunicación producto de la revolución tecnológica. Y son nuevas estas formas de adscripción identitaria especialmente desarrollada entre los inmigrantes.
Su identidad no se basa en un cierto territorio y por eso son un fuerte desafío a los conceptos convencionales de pertenencia a una sola nación, a un solo Estado.
imagen
©Elsa Medina
La era de la criminalidad
Tal vez tengan que pasar varios años para discernir si a nuestra época se le identificará históricamente con la era de la criminalidad. Las nociones de Estado, país, nación, gobernabilidad, tanto como los indicadores económicos, cambian de matiz o sustancialmente y es probable que necesitemos nuevas categorías para entenderlos. Porque hay un factor que siempre ha estado en las sociedades pero que nunca había tenido una beligerancia tan portentosa como la de ahora: la delincuencia organizada.
Somos contemporáneos de la mundialización del delito. Somos súbditos del imperio global del crimen.
Las estadísticas que tratan de establecer el producto interno bruto, el ingreso percápita, el índice de las remesas procedentes del exterior, la cantidad de millones de dólares que los mexicanos guardan o invierten en otros países se distorsionan porque no se pueden conocer ni calcular los flujos de la economía criminal.
Hemos transitado de la era de las ideologías a la criminal (vivimos en un mundo en el que ya no importan las ideas) porque, a pesar del desarrollo tecnológico o gracias a él, estamos asistiendo a una cada vez mayor criminalización del mundo. Esta toma de conciencia (más que una sospecha) no es nueva. Ya en los años setenta se hablaba, en las novelas de Leonardo Sciascia, de una “sicilianización” del planeta, como si el modus operandi de la mafia hubiera permeado las formas de hacer política y de gobernar. Había ya la sensación de que se mezclaba la actividad delincuencial con el ejercicio del poder formal del Estado, en todas sus dimensiones: ejecutiva, legislativa y judicial. En esta transformación los jueces (los magistrados que llevan la toga pretexta) son tan importantes como los legisladores y los funcionarios administrativos. Y la policía, por supuesto. Sobre todo la policía y el ejército. El interés general (o el llamado bien común) se ha perdido de vista y en algunos países se gobierna para proteger a los diversos grupos hegemónicos de cada país.
Si en este tramo de la historia somos contemporáneos ya de la “edad del crimen” o de la “era de la criminalidad” se debe en gran parte a que ha cambiado la composición de lugar y de poder en el planeta. Ya no estamos viendo la película que veíamos antes. Las guerras ya no son las mismas (enfrentamiento entre Estados, conquista territorial). En el mundo moderno el territorio, por grande que sea, a veces no tiene ningún valor material ni estratégico. Lo que cuenta es el poder económico y militar.
Los actores beligerantes de nuestro tiempo son las mafias, las milicias tribales, los terroristas, los narcotraficantes y los mercenarios al servicio de todos ellos: grupos armados que se desmarcaron del Estado. Y si los grupos criminales han progresado como nunca a escala mundial es porque la nueva tecnología les favorece, porque cayó el muro de Berlín, y porque su capacidad financiera y de fuego es mayor que la de muchos países. La tecnología de punta en las comunicaciones —que antes era de uso exclusivo militar—, como Internet, ahora sirve para hacer más eficiente y productiva la labor criminal.
Es otra la relación de fuerzas, la geopolítica, y por tanto el contexto en el que México enfrenta sus problemas internos. Se han desvanecido por lo demás las nociones que antes definían la naturaleza del Estado: el de monopolista de los instrumentos de violencia. El enemigo ya no es otro Estado-nación (aunque no se puede olvidar el conflicto entre India y Pakistán). Todo esto cambia las reglas del juego. Los protagonistas de las guerras se mueven más por sus creencias tribales, raciales y religiosas.
Hace años, en 2007, The Economist ya publicaba que en el mundo se movían quince millones de contenedores —el 90 por ciento del comercio mundial— y sólo el 2 por ciento podía ser controlado por las aduanas. No hay fuerza aduanera que pueda controlarlo todo.
Nunca como ahora la extensión de la economía criminal había sido tan grande: un verdadero desafío armado y logístico a lo que queda del Estado moderno en este tramo de la historia.
Misha Glenny, autor de McMafia, periodista británico de origen ucraniano, cree que todo esto es consecuencia de la globalización —la tecnología ha multiplicado las ganancias del crimen— y que la nuestra es la edad de oro de la mafia: la edad del crimen.
No estaríamos hablando de estas cosas si no fuera por un libro aparecido hace unos años: El G-9 de las mafias en el mundo, obra del criminólogo francés Jean-François Gayraud.
“Las mafias no son un fenómeno marginal, sino un poder oculto y configurador del escenario mundial que maneja cifras de dinero mareantes”.
“Se trata de una realidad geopolítica instalada en la médula del entramado político y económico de la sociedad”.
Entonces, más que la “era de la información”, como le gusta llamarla a Manuel Castells, estaríamos viviendo ya en la “era de la criminalidad” como nunca antes en la historia, por su profusión, por su fuerza, por su liga secreta y solapada con representantes del Estado, los partidos políticos y los jueces de la más alta investidura.
Gran finale
Pero por lo pronto, podemos decir que nos ha tocado vivir un mundo tan maravilloso como trágico. El siglo XX ha sido el de la descolonización y el de las grandes migraciones del campo a las ciudades, el fin de la Guerra Fría, la revolución electrónica, las revelaciones de la neurología (el descubrimiento de esa terra incognita que sigue siendo el cerebro). Nunca antes se habían inaugurado en el escenario político tantos países, más de ochenta.
Si en las civilizaciones antiguas lo que tenía más valor era la tierra y la máquina, “en la civilización que está surgiendo ahora no habrá nada más valioso que la mente humana, su capacidad de conocer y crear”. Ojalá que una mayoría cada vez más numerosa tenga acceso a la que tal vez sea la experiencia mas sublime del ser humano: el conocimiento.
El telégrafo, la radio, el teléfono, la televisión, el cine no acabaron con la prensa escrita como se temía; ahora ni Internet ni el correo electrónico sustituyen al reportero in situ, con todo su miedo y sus emociones en el lugar de los acontecimientos y que no ha perdido la fe en la palabra escrita: los medios amplían el método de transmisión de la palabra. No se acaban unos a otros: se complementan.
Somos los primitivos de una nueva era.
_______________________
El título de este texto procede del libro La doble ausencia. De las ilusiones del emigrado a los padecimientos del inmigrado, de Abdelmalek Sayad, traducido por Anthropos Editorial.



lunes, 10 de febrero de 2014

EL AMOR, Ana Clavel


ANA CLAVEL
| DOMINGO, 9 DE FEBRERO DE 2014 | 00:10
Según Stendhal, el amor es una fantasía del espíritu que se crea de manera semejante a cuando se arroja una frágil rama de arbusto en el interior de una mina de sal. Si se la recoge al día siguiente, se la encontrará transformada, cuajada de irisados diamantes que la rama original no tenía… Un auténtico fenómeno de “cristalización”.
Si bien es cierto que lo anterior suele acontecer en toda clase de parejas, ¿qué pensar de aquellas en las que muchos de esos cristales son verdaderas obras de arte? Obras alentadas tal vez por el apoyo devocional delamante, pero sin duda reflejos iridiscentes de una personalidad creadora que también sabe infatuar, seducir, magnificar la fantasía del amor. No en balde el carácter legendario de parejas como Nahui Ollin y elDr. Atl, cuyos alaridos de pasión podían escucharse en las cercanías del exconvento de la Merced, adonde tuvieron sus encuentros amatorios. Siempre intensa y desbordada, escribió así Nahui al pintor de volcanes por quien abandonaría a su marido: “… la noche no existirá sino para amarnos —una noche que será más luminosa que el día mismo, cuando nuestras carnes se junten—. Es nuestro destino”. A la pasión abrasadora —que la llevó a ella a plasmar libros y poemas; a él textos, óleos y murales— siguió un infierno de celos y escenas violentas. La más afamada: una noche en que Nahui se montó desnuda sobre el cuerpo del Dr. Atl, que dormía con placidez. Con una pistola que apuntaba a su corazón, lo amenazó en estos términos:
 
—Ha llegado la hora de tu muerte, mujeriego de mierda.
—Pero, Nahui —respondió él—, si sólo eran un par de chiquillas que querían aprender a pintar…
 
Por fortuna, el forcejeo desvió milagrosamente las balas hacia el piso, pero esa escena marcaría el comienzo del fin.
 
Cómo no recordar también las veleidades de un Diego Rivera capaz de hacerse perdonar por sus sucesivas mujeres: Angelina Beloff, Lupe Marín, Frida Kahlo. Hasta que la paciencia se agotaba ante el abandono y las nuevas infidelidades, y el glorioso himeneo terminaba en estridente divorcio. (Sin embargo, muchos años después de la separación, Angelina le recriminaría amorosamente a un Diego a quien ya había perdonado: “Eres un sinvergüenza”.)
 
Tolstoi había dicho en esa otra historia de amor desmesurado llamada Ana Karenina que todas las familias felices se parecen pero las infelices lo son cada una a su manera. También es cierto que cada historia de amor es única. En mayor o menor grado se trata de pasiones que nos hacen salir de nuestros límites. No podía ser de otro modo: eros es siempre un impulso transgresor que nos lleva a inaugurarnos de formas desconocidas para nosotros mismos —de ahí, la luminosidad luciferina del amor.
 
Claro, hay amantes que sobreviven a la pasión, que llegan a consolidar en el terreno de la intimidad cristalizaciones que van más allá de los reinos devastadores del amor. Al menos así lo revela el gesto de fidelidad de un Rufino Tamayo al agregar a la firma de sus pinturas una sugestiva “O” para reconocer la presencia de la mujer que lo acompañaría en su trayectoria como artista y como hombre: Olga.
 
Fatalidad y éxtasis del amor, sosiego, traición, entrega… Las historias de amor en los terrenos del arte o en la vida cotidiana conforman brillantes, tornasoladas, oscuras facetas de una misma gema que lleva tallada la frase:"Érase una vez el amor", ese cuento maravilloso que reinventamos y nos reinventa a diario, esa historia que inaugura el mundo con un solo beso. Lo decía el poeta Octavio Paz en estos afamados versos de Piedra de sol:
 
Todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan…